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Diagnósticos iatrogénicos vs. Intervenciones éticas. (Parte II)

El lenguaje permite vincularnos con otras personas, comunicar, expresar, comprender, representar, simbolizar, contar, operar lógicamente con categorías abstractas, pensar, reflexionar, establecer nociones témporo- espaciales.

 Si pensamos en niños que han transitado por vivencias de abuso, violencia o abandono, podríamos preguntarnos entonces ¿cómo no suponer que tales circunstancias hagan eco en su subjetividad? Así, la permeabilidad del lenguaje que permite mostrar tanto lo dicho como lo no dicho puede darnos a conocer a través de sus discursos algo más que “síntomas netamente lingüísticos”.
 
El lenguaje permite vincularnos con otras personas, comunicar, expresar, comprender, representar, simbolizar, contar, operar lógicamente con categorías abstractas, pensar, reflexionar, establecer nociones témporo- espaciales, entre otras funciones posibles. Por lo cual, muchas de estas operaciones podrían verse obturadas ante el desmantelamiento que la subjetividad de un niño padece ante el dolor del abuso. Estas funciones se han visto obstaculizadas, en tanto, el silencio y el caos han tomado el gobierno de sus propias vidas. El desamor y la imposibilidad de construir lazos respetuosos con sus vínculos primordiales ofician como estrategia de aniquilamiento de ese sujeto. Por lo cual, ¿qué suponemos que ese niño quiere o puede comunicar, expresar, comprender, pensar, representar, reflexionar a partir del desorden y la confusión que el abuso instala en su vida? No existe lógica posible que permita entender lo que, incluso desde el imaginario social, se supone como espacio de protección, amor y respeto se vuelva el más riesgoso sitio de encuentro. El niño, en completo estado de inermidad e indefensión, no logra más que callar su dolor y dejar que el caos siga imperando.
 
De todos modos, no podemos negar la maravillosa capacidad de resiliencia con la que todo ser humano cuenta para poder volver a anudarse a la vida y correrse del abismo del dolor padecido. Por lo cual, admitir que estos niños pueden presentar dificultades en su lenguaje implica, en primer lugar, no adjudicarles una patología que no les pertenece, y en segundo lugar, confiar y apostar a que esos sujeto son capaces de construir otros vínculos posibles que le permitan que las marcas del abuso sean sólo eso, marcas y no su propio destino.
 
Pero para que esto acontezca en la realidad, es necesario que quienes nos ocupamos de acompañarlos en la maravillosa aventura de crecer, estemos dispuestos a ver un poco más allá de lo que las teorías, paradigmas, tests y pruebas formales han intentado mostrarnos todo este tiempo. No es posible, no es ético, no es terapéutico imponer taxonomías que sostengan a rajatabla qué es lo que un niño puede, no puede o nunca podrá. ¿Acaso alguien lo sabe? Quien se atreva, que lance el primer diagnóstico “certero”. Por mi parte, prefiero dejarme llevar y afectar por la maravillosa incertidumbre de no saberlo. Y así, apostar a que ese pequeño me sorprenda y se sorprenda de todo aquello de lo que es capaz…

  

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