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Sabernos imperfectos es terapia. (Parte V)

El paciente espera otro tipo de ayuda, otro camino para solucionar sus problemas. Lo que ayuda, piensa él, es disponer de soluciones prácticas, inmediatas y eficaces que sean capaces de resolver sus problemas. Es difícil oír acerca de la accidentalidad de la vida, si ya se ha sido atropellado por ella. En realidad es una especie de seguro.

Ayuda mucho pensar que vivimos atropellados.
 
 
Dentro de este marco ideológico, cada error, cada fracaso es un accidente de la vida y, por lo tanto, una condición importante para alcanzar un grado de humanización superior.
 
El paciente espera otro tipo de ayuda, otro camino para solucionar sus problemas. Lo que ayuda, piensa él, es disponer de soluciones prácticas, inmediatas y eficaces que sean capaces de resolver sus problemas. Es difícil oír acerca de la accidentalidad de la vida, si ya se ha sido atropellado por ella. En realidad es una especie de seguro.
 
El paciente se presenta al consultorio revelando una perspectiva perfeccionista, según la cual él debería ser el centro de su existencia. El sistema mental del paciente gira en torno a expectativas, ficciones interpretativas acerca de cómo deberían ser las cosas. Quiere poner una horma mental, un molde o un diseño a las circunstancias de la vida.
 
 
El perfeccionista desea que los demás sigan sus indicaciones, que la vida sea justa, que las cosas sean a su manera, que los demás lo aprecien y lo hagan feliz. Que los que lo rodean vean las cosas desde su punto de vista, que los otros piensen lo mismo que él, que el mundo cambie. La dificultad radica aquí, en la obsesión por la normalidad, es decir, que todo esté sujeto a su norma.
 
En el trastorno del perfeccionismo no hay aspectos curativos ni creativos. No existe una forma de perfeccionismo positivo o saludable. No es un rasgo de tantos, un trazo cualquiera, sino una dinámica envolvente de toda la persona.
 
De aquí que el perfeccionista requiera una nueva concepción de la vida donde el error y el fracaso vengan revalorizados como escalones para su propio crecimiento. Nuestro problema es que desvalorizamos lo más nuestro, que son nuestros límites, y esa desvalorización impide nuestro desarrollo.
 
El error y el fracaso abren al proceso de humanización, pues no se es humano por nacimiento, sino por opción al preferir una manera de percibir, de procesar y de significar la realidad a nuestro favor.
 
La TI familiariza al paciente con una concepción humana de lo que es humano.[1]Si no abordamos los errores desde una concepción humana, estamos destinados a amargarnos la vida, a caer en la culpa y en el autorrechazo.

 

 

Referencias

 [1] Para profundizar en este tema, consultar los artículos recopilados por Ricardo Peter en su libro: Una visión humana de lo humano, BUAP, México, 2008.

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