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La praxis de la comunicación. (parte II)

En el vértice que se encuentra el niño, (que aporta el acto de aprender); debemos conocer que actitudes tiene delante del proceso de aprendizaje, ya que entran en juego muchos factores motivacionales, afectivos, relacionales, componentes psicosociales, competencias cognitivas,...

El logopeda deberá trabajar en conjunto con cada uno de tres vértices (niño-contenido-profesor), a través de un proceso interactivo, con influencias bidirecionales.

Ahora bien, algunos niños, por diferentes factores, se encuentran en desventaja y requieren de nuestro mediación para poder avanzar en los diferentes contenidos comunicativos.

Por si sola, la comunicación no nos dice nada. Siempre se requiere como mínimo de una relación bilateral, dos o más polos están a la espera de que se articule éste proceso de ida y vuelta, con intención, color y fuerza emotiva.

“Repetir fonemas, sílabas, palabra, frases...al azar” no nos da ningún juego, no pone en marcha, ni flexibiliza el intercambio social.

Algunas veces las madres, nos hablan de la importancia de la mirada, de cómo han aprendido a decodificar los llantos (de hambre, de dolor, de sueño...), o como sus niños, se escabullen entre las sábanas cuando se les canta una nana...

Se cree que la comunicación es meramente oral, pero no es solamente así. La mirada del bebe capta como “prisionero” la mirada de quien lo observa y produce una serie de reacciones, que provocan comunicación. La buena gestión de la mirada, incluirá nuevas experiencias, que se van a ir amplificando en forma de espiral ascendente, desencadenando otras formas de comunicación, como lo son los gestos, las acciones, las denominaciones, hasta dar pie a la palabra.

¿Qué mecanismos posibilitan el desarrollo posterior de las habilidades lingüísticas en el niño? Ello es posible gracias a una serie de facultades sociales y cognitivas iniciales, que dispone el niño y que están estrechamente ligadas a la figura del adulto.

Bruner destaca que son prerrequisitos para que el lenguaje aparezca:
- Disponibilidad medios–fin: Existe una disponibilidad para aprender las señales del entorno, especialmente las que provienen del adulto (miradas, gestos, voz, expresiones faciales, etc.), los que se convertirán en estímulos preferentes para el niño, ya que preconizan situaciones de bienestar como la comida, la higiene, las caricias, etc.

- Transaccionalidad: Carácter social de la naturaleza del intercambio afectivo entre madre e hijo. Se da interacción a través de la apertura o cierre de los ojos, intensidad en la mirada, que es simétrica, en cuanto a que el niño expresa intenciones, que desde el principio son correspondidos por el adulto, pero asimétrica en cuanto al nivel de participación. Se establece una negociación.

- Sistematicidad de los formatos de interacción: La actuación por turnos, se inicia con los primeros contactos, para diferenciarse entre los 3 y 6 meses, donde comienza el interés por los objetos. Los peligros de una mala interacción debido a desaciertos en la estimulación desencadenan manifestaciones como: llanto, excitación, desviación de la mirada, etc.
De los 4 a los 6 meses empieza la etapa de juegos, dar y tomar, esconder y encontrar, hasta desembocar en juegos vocales.

- Abstractividad: El niño estructura la experiencia del mundo en términos de permanencia del objeto, espacio, tiempo y causa.


El abordaje de la praxis de la comunicación, requiere que adoptemos una postura clarificadora, informativa, orientadora; que acompañemos, en la medida de lo posible, la situación que detectamos como desajustada, de interrogante, desenfocada y la derivemos a otros especialistas, quienes en un abordaje cooperativo e transdisciplinario, serán los encargados de observar el foco en cuestión, que nos ha hecho señal de alerta y le dará una respuesta diagnóstica.

Nosotros, como terapeutas del lenguaje y comunicación, no tenemos que apartarnos, ni abandonar terreno. Podemos hacer mucho, si trabajando en equipo, haciendo aportaciones desde el servicio de logopedia y acordando pautas comunes a seguir, para el bienestar del niño y su desarrollo en las áreas que se encuentran en desventaja.

Es necesario canalizar y difundir las informaciones que nos aporta el niño, la familia y otros profesionales, con el máximo de rigor profesional, en un contexto adecuado. La información deberá hacerse circular de manera flexible y simultánea a todos/das los agentes que circundan alrededor del niño/a. Considero que de esta forma, es posible el secreto profesional compartido, cuando exista la implicación y compromiso de la totalidad del equipo transdisciplinario.

También tenemos otro puntal, que no debemos olvidar: el núcleo familiar o las figuras parentales.

Muchas veces, cuando la familia descubre el fenómeno desconocido de la patología del lenguaje, del habla y de la comunicación, que presenta su hijo, suelen adoptar diferentes actitudes: confusión, inquietud, ansiedad, alarma ante la dificultad de entender lo que le pasa a su niño, negatividad, exceso de valoración de la dificultad, exaltación, desmotivación, apatía...
Nosotros podemos observar que no existe uniformidad de actitud, ante las dificultades; que nadie está preparado inicialmente para asimilarlas; que las reacciones siempre son diferentes y por lo tanto, nuestras actuaciones, deberán dirigirse hacia el espacio de acompañamiento y asesoramiento del entorno del niño; el facilitar el máximo de información posible, como primeras herramientas; ser referente ante los momentos difíciles y acompañar en la adquisición de nuevos patrones socio-comunicativos.

Debemos escuchar lo que el núcleo familiar nos dice, aceptar la colaboración cuando se de, respetando el tiempo, el espacio y la disposición; desbloqueando y encauzando los vínculos de comunicación inicial con el niño, promoviendo una serie de seguimientos que faciliten el diálogo.

Como verán tenemos mucho camino que andar, pero no lo debemos hacer solos, ya que tenemos que acompañar y dejarnos acompañar por otros profesionales de la atención directa.
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