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“La escuela como reflejo de la sociedad”. (Parte VI)

Rogers, como María Montessori, reconocía que en los niños existe una vida interna, una especie de impulso subconsciente, que hace que los niños crezcan y se realicen, y que la única importancia del mundo externo es la de proporcionarles los medios necesarios para que cumplan el cometido de alcanzar su meta natural.
Víctor Montoya | 1/09/2007
Pedagogía libre o autorreglamentada.

La pedagogía libre es la antítesis de la pedagogía tradicional o behaviorista, porque considera que el proceso de enseñanza/aprendizaje está autorreglamentado por el propio educando, sin que el educador tenga otra función que apoyar y estimular el desarrollo natural del niño. Asimismo, el concepto de maduración, por un lado, y los factores innatos, por el otro, son los aspectos centrales en este modelo pedagógico, fuertemente entroncando en la psicología evolutiva; por cuanto el educando, más que el educador, es quien determina lo qué debe aprender, según sus necesidades, aptitudes y disposiciones.

La pedagogía libre o autorreglamentada, además de estar inspirada en los conceptos naturalistas de Jean-jacques Rousseau, para quien la educación del niño debía seguir las leyes de la naturaleza sin imponerle nada que perjudicara su función personal, está representada por las teorías psicológicas de Arnold Gesell, quien estaba convencido que el desarrollo psicológico e intelectual del niño era reglamentado por los factores genéticos y no simplemente por la influencia del medio circundante y los estímulos condicionados. El niño, decía Gesell, es el arquitecto de su propia formación y no el entorno. El niño no aprende a hablar mientras no tenga la necesidad de expresar sus sentimientos con palabras, como no aprende a leer ni escribir mientras no se sienta maduro y motivado para hacerlo. Los niños alcanzan los diferentes periodos de su desarrollo emocional e intelectual de un modo individual y no colectivo, aunque todos avancen, unos antes que otros, desde el dominio de la destreza motriz y sensorial, hasta el manejo de los símbolos abstractos y las apreciaciones lógicas. Por lo tanto, si la maduración individual es la base fundamental en las teorías de Gesell, entonces la autorreglamentación debe ser el principio fundamental de la educación, en la cual se le permita al niño decidir: qué, cómo y cuándo quiere aprender, sin que el educador ni los medios didácticos manipulen con su desarrollo normal.

Siguiendo a Alexander Sutherland Neill, apóstol de la libertad, la educación debe ser tanto intelectual como emocional, y adaptarse a la capacidad y necesidad psicológica del niño; para cuyo cometido, la primera condición es que el niño desarrolle su personalidad de un modo integral y armónico, exento de condicionamientos y exigencias. La única función del educador consiste en apoyar y vigilar la actividad del niño cuando éste lo requiera. Las concepciones pedagógicas de Neill se extienden al extremo de dejarle decidir al niño, en absoluta libertad, si quiere o no participar en las lecciones. Es decir, la misma naturaleza proporciona las leyes según las cuales debe desarrollarse el niño, y que la tarea de los psicólogos y pedagogos es descubrir estas leyes, respetando los principios elementales de la democracia y los derechos humanos, que constituyen piedras fundamentales para la formación de individuos libres, democráticos y tolerantes.

Cuando Neill fundó la Escuela Summerhill en Leiston, Londres, bajo la influencia de las teorías psicoanalíticas de Wilhem Reich, amparaba la idea de hacer una escuela que se adaptara a los niños, en vez de que los niños se adaptaran a la escuela, sin eludir el concepto de que el individuo es libre por naturaleza, y que por naturaleza tiene derecho a la libertad. También planteó que la escuela debe eliminar la concurrencia, los premios y los castigos, puesto que él, al igual que Carl Rogers, estaba convencido de que el premio radicaba en el resultado de un trabajo bien realizado y el castigo en el fracaso.

El profesor norteamericano John Holt, que desbarató la crítica de que la pedagogía libre o autorreglamentada era un simple libertinaje, planteó que la escuela debe ser una suerte de banquete intelectual, artístico y creativo, donde cada educando tome y pruebe lo que quiera. La escuela debe permitir que cada educando planee, dirija y decida su propia profesión y su propio destino, bajo la conducción de un educador que, por supuesto, le sirva sólo como un punto de referencia. John Holt, como Neill, Rogers y otros, criticó también el sistema de concurrencia y las calificaciones establecidas en la escuela tradicional, porque entendía que la escala métrica de evaluación a la cual es sometido permanentemente el alumno tiende no sólo a degradarlo, sino a corromperlo, pues la educación bancaria, que hace de la mente de los educandos un recipiente en el cual se depositan los conocimientos, en vez de ayudarlo a formar su integridad personal, le induce a ser una persona sumisa, tal cual es el deseo de la escuela y la sociedad.

A lo largo del siglo XX, la pedagogía libre encontró varios intérpretes, entre ellos, a Carl Rogers, quien consideraba que el individuo es bueno por naturaleza, y que, por medio de un idealismo humanista y el apoyo emocional necesario, podía alcanzar su plena realización como individuo socialmente apto. Sólo cuando se deja que la libertad funcione libremente, cuando el individuo es libre de experimentar y seguir su propia naturaleza, éste se convierte en un ser social y positivo, confiable y constructivo. Carl Rogers, que protestó toda su vida contra el autoritarismo escolar y social, sabía que, para que la enseñanza contribuya a la realización del individuo, ésta tenía que ser genuina y verdadera, ya que cualquier conocimiento que se impusiera desde fuera, en base a exámenes y calificaciones, tenía siempre un efecto negativo en la formación integral del niño. Rogers, como María Montessori, reconocía que en los niños existe una vida interna, una especie de impulso subconsciente, que hace que los niños crezcan y se realicen, y que la única importancia del mundo externo es la de proporcionarles los medios necesarios para que cumplan el cometido de alcanzar su meta natural.

Otra variante es la pedagogía del trabajo de Célestin Freinet, para quien, como todo crítico de los métodos tradicionales y autoritarios, la sociedad no podía oprimir al individuo y menos decidir el rumbo de su destino; por el contrario, la sociedad debía ofrecer las posibilidades para que el individuo se desarrolle plenamente dentro de una colectividad autónoma. En la pedagogía de Freinet, el aula es un laboratorio de trabajo, donde el educando, motivado por una investigación y expresión libres, encuentra las posibilidades que le permitan organizar y planificar sus estudios en relación a su entorno. Freinet quiso crear las condiciones necesarias para desarrollar al máximo la creatividad infantil y satisfacer sus ansias de inventar e indagar. Quiso, asimismo, formar educadores, elaborar materiales didácticos -partiendo de la motivación y el interés de los niños- y organizar el trabajo escolar para que el educando pudiera realizarse a sí mismo, con la menor ayuda posible, puesto que Freinet, consciente de que cada educando es el artífice de su propia educación, partía del principio de que los recursos didácticos de la escuela sólo servían para la buena elaboración y planificación del trabajo pedagógico y no para que los educandos fuesen tiranizados por los materiales didácticos, previamente elaborados por los tecnócratas de la educación.

En consecuencia, todas las teorías pedagógicas mencionadas parten del criterio de que cada niño se desarrolla a su ritmo, sin que nada ni nadie forcejee su desarrollo natural. Por eso, la edad estándar establecida para la escolarización de los niños es una norma arbitraria y motivo de controversias, pues a la edad de cinco o seis años, estar maduro para empezar la escuela implica estar predispuesto a la socialización, al aprendizaje de los conocimientos y a la interrelación social que se exige en le primer año lectivo. El hecho de que un niño esté o no maduro para empezar la escuela, depende, en gran parte, del tipo de enseñanza que se le imparta en el primer año, puesto que los programas escolares, además de contemplar el necesario aprestamiento motórico, sensorial, lingüístico, emocional e intelectual, incluye una serie de conocimientos que deben ser asimilados por el educando antes de ser promovido a un grado inmediato superior, sin considerar que los niños, a pesar de tener la misma edad y proceder del mismo contexto sociocultural, son diferentes en su nivel de desarrollo cognoscitivo; por cuanto es natural que cada niño esté maduro sólo para asimilar un cierto tipo de conocimientos en desmedro de otros; esta realidad, a su vez, rechaza los programas escolares que los educadores aplican esquemáticamente a todos y cada uno de los niños, sin considerar las premisas, los conocimientos y el grado de madurez en el que se encuentra el niño cuando llega a la escuela.
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