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La teoría del límite y sus aplicaciones terapéuticas. (Parte VII)

Tomando mis límites existenciales, mirándome, midiendo el impacto que tienen sobre mi persona y la forma como reacciono frente a ellos, es la mejor forma de iniciar el proceso de aceptación, no sólo de mi persona y de los demás, sino de la accidentalidad de la vida.

Es decir, normalmente son las llamadas crisis las que tienen el potencial de volvernos a ubicar en nuestro centro, a través de las cuales volteamos a mirarnos para redescubrirnos y tal vez reconciliarnos con la persona que somos. Es cuando estamos ubicados ahi , en nuestro centro, cuando mejor podemos tomar decisiones. A veces es necesario desprenderse de algo o de alguien, para poder saber qué queremos, o qué es mejor para nosotros.
 
Por lo tanto, en materia de toma de decisiones, el límite somos nosotros, no los demás. Cuando el punto de referencia son los demás, normalmente terminamos cobrándoles factura. Aquellos en nombre de quienes nos “sacrificamos” al tomar una decisión, terminan pagando caro: Los hijos por quienes dejamos aquel trabajo, o la madre por quien dejamos de hacer nuestra propia vida, o la esposa a quien ya no queremos, pero que no tuvimos el coraje de dejar.
 
Es un hecho que no todos podemos con las mismas cargas. No todos podemos con el peso de no vivir más con los propios hijos a causa de una separación. A veces resulta imposible perdonar una infidelidad, y por lo tanto se convierte en un infierno seguir viviendo con la persona que nos traicionó. Otras personas deciden perdonar con tal de mantener una forma de vida, o con tal de vivir en paz. Algunas personas deciden no estar ahí en el último tramo de vida de sus padres, por estar lejos, y otros en cambio dejan lo que sea, pues saben que no podrían vivir tranquilos si no los acompañaron en sus últimos momentos. Algunas personas toman la opción de dedicar su vida a un hijo discapacitado, pues es lo único que los dejará tranquilos cuando ya no estén ahí para ellos. Es decir, nuestras decisiones siempre tienen que ver con los otros, y con nosotros mismos. Pero si no nos miramos a nosotros mismos, no en el terreno de “lo que quiero”, sino de “lo que puedo”, difícilmente vamos a beneficiar a los demás.
 
Mis límites son el criterio de mi ética con relación a los demás. Mis límites me rigen. El conocimiento de mi persona es lo que  permite conocerme en mis limitaciones, medirme con respecto a lo que puedo manejar. Conociendo mis límites es como mejor puedo ser quien soy. Partiendo de mis límites es como mejor puedo decidir.
 
Tomando mis límites existenciales, mirándome, midiendo el impacto que tienen sobre mi persona y la forma como reacciono frente a ellos, es la mejor forma de iniciar el proceso de  aceptación, no sólo de mi persona y de los demás, sino de la accidentalidad de la vida.[3]
 
Me gustaría terminar este artículo con una frase de Ricardo Peter:
 
“El límite es aquello que me arrebata de mí mismo y me lanza afuera, hacia la experiencia del otro. Es aquello que me revela que no estoy completo y que me deja siempre a la búsqueda, en permanente trascendencia o peregrinación.”[4]

 

 

Referencias

 [1] Chittister, Joan D. “Doce momentos en la vida de toda mujer”. Ed. Sígueme.

[2] Peter, Ricardo.
[3] Para ahondar en este tema de la “Accidentalidad de la vida”, revisar el artículo “¿Quiero ser víctima?” del libro El milagro es aceptarnos. Manual de Terapia de la Imperfección. Asociación Internacional para la Terapia de la Imperfección A.C. Siena editores, 2010, p. 56.
[4] Peter, Ricardo, “El milagro es aceptarnos”, Asociación Internacional para la Terapia de la Imperfección A.C. Siena Editores, 2010, p 50.
 

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