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Logros y desafíos de la educación al inicio del siglo XXI. (Parte IV)

Elementos para una posible estrategia de actuación

La pregunta que inmediatamente surge tras el análisis anterior consiste en cómo deberíamos actuar en relación con estas áreas problemáticas que hemos ido identificado y analizando. No creo que nadie tenga dudas de que nos encontramos ante desafíos de gran envergadura, que nos obligan a reaccionar de forma inteligente y eficaz, y que la respuesta que logremos dar será la que determine buena parte del éxito o el fracaso de los sistemas educativos para cumplir las funciones que tienen asignadas. Aún más, podría decirse que la adecuación de dicha respuesta tendrá efectos significativos no sólo sobre el futuro de los sistemas educativos, sino también sobre el de nuestras sociedades, dada la estrecha imbricación que ambos tienen en las nuevas circunstancias.

Pero sería ingenuo considerar que la solución es sencilla. Como he intentado argumentar, nos encontramos ante áreas problemáticas, que generan unas tensiones importantes y de las que podríamos incluso afirmar que el conflicto forma parte de su naturaleza. Por lo tanto, cualquier actuación que emprendamos debe comenzar por el reconocimiento de su complejidad y de las dificultades planteadas.

En cualquier caso, el carácter crucial que esas áreas tienen para el futuro de nuestros sistemas educativos y de nuestras sociedades obliga a actuar sin mucha dilación. Pese a las dificultades analizadas y a otras que pudiesen plantearse, se pueden vislumbrar algunas líneas de actuación. En este apartado, me he aventurado a identificar algunos elementos básicos que deberían formar parte de cualquier estrategia de actuación, aun cuando esta propuesta no se pueda considerar completamente elaborada. He intentado simplemente ofrecer un esbozo de estrategia, que considero relevante, tanto por el itinerario que implica como por los objetivos últimos que persigue y por los resultados que puede alcanzar, identificando cinco elementos fundamentales.

a) Establecer un diagnóstico

Cualquier proyecto de cambio educativo que pretenda dar respuesta a los problemas planteados en las tres áreas analizadas debería comenzar por plantear un diagnóstico preciso de la situación en la que se encuentra el sistema educativo en relación con cada una de ellas y con sus respectivos componentes fundamentales. Dicho diagnóstico debería caracterizarse por ser lo más objetivo posible, respetuoso con las diferentes perspectivas que puedan adoptarse en el análisis de los problemas encontrados y transparente tanto en sus métodos como en sus procedimientos. Para satisfacer tales criterios, resulta necesario recurrir a una multiplicidad de enfoques y de instrumentos, así como explotar todas las posibilidades ofrecidas por los modernos sistemas de evaluación educativa (Tiana, 1996).

Además, el diagnóstico debe concebirse como una tarea paulatina, compuesta por etapas sucesivas de complejidad creciente. Dicho de otro modo, no se debe considerar como un ejercicio que se realiza de una vez y para siempre, sino que debe estar abierto a la percepción del propio cambio. Por otra parte, no debe concebirse como una tarea simplemente explicativa, sino que ha de insistirse en su carácter valorativo, lo que implica su apertura a un debate que conduzca a interpretaciones plausibles y compartidas.

b) Acordar unos objetivos intermedios

Una vez establecido ese diagnóstico inicial, que permite conocer y valorar la situación educativa existente, el paso siguiente consistirá en determinar unos objetivos que permitan avanzar hacia la solución de los problemas detectados. Para plantear correctamente esta tarea, hay que tener en cuenta que la búsqueda de soluciones debe concebirse como un proceso paulatino, del cual resulta difícil prever de antemano su desarrollo exacto. Por lo tanto, es fundamental dar la oportunidad de participar en dicho proceso a todos aquellos agentes que tengan algo que aportar, desde diversas perspectivas y en diferentes ámbitos. Además, hay que reconocer que el ritmo de ese proceso de búsqueda de soluciones no tiene por qué concordar exactamente con los ritmos de la vida política, lo que plantea la necesidad de establecer acuerdos y pactos educativos, como algunos autores han defendido recientemente (Tedesco, 1995).

Si concebimos la búsqueda de soluciones como un proceso, convendremos también en la dificultad de establecer los objetivos finales del mismo, pues aunque sean ciertamente deseables resultan difíciles de formular y de pactar. Por ese motivo, la determinación de objetivos intermedios adquiere una destacada importancia, puesto que permiten introducir una gradualidad en los criterios de logro. Por último, hay que insistir sin temor en que la determinación de tales objetivos se convierte, en última instancia, en una tarea de negociación y de construcción de consensos, lo que exige el recurso al debate público.

c) Sensibilizar y motivar para el cambio

Aunque la tarea de determinación de objetivos sea fundamental, una importancia similar reviste el proceso de poner a los diversos agentes educativos y a las instituciones implicadas en una disposición favorable para emprender el cambio. En la actualidad asistimos a un fenómeno extendido entre los profesores de desmoralización y desmotivación, en ocasiones acompañadas de un cierto derrotismo, que a veces se contagia a otros agentes educativos. Sin duda, en ello influye el que se achaquen a cambios circunstanciales que tienen lugar en los sistemas educativos lo que no son sino manifestaciones de un malestar educativo más extendido. Pero esa confusión, o ese desplazamiento de causas, no resuelve el problema, sino que lo agrava.

En todos los trabajos actuales orientados al estudio de las fuerzas que rigen el cambio en educación se subraya el papel que en el origen y el mantenimiento de cualquier transformación educativa tienen las personas implicadas y las instituciones en que éstas actúan (Fullan, 1993). De ahí deriva la necesidad de plantear estrategias de motivación de los actores implicados, por una parte, y de convertir a los centros docentes en agentes de cambio, por otra, sin ignorar que en ellos también se manifiestan tendencias acomodaticias, reactivas o escépticas.

d) Diseñar e implantar una estrategia de cambio

En cuarto lugar, para afrontar los desafíos que antes se analizaban, hay que tener en cuenta que el cambio no sólo se debe pregonar, sino que se debe preparar cuidadosamente. Esa preparación exige compartir y delimitar las responsabilidades de todos los agentes implicados, sin cuya participación se convertiría en una tarea imposible. Y después exige diseñar una estrategia tan completa como sea posible y ponerla en práctica de forma gradual e inteligente. No me extenderé aquí más en un asunto que ha recibido atención especial cuando se aborda la realidad del cambio en educación.

No obstante, no quiero dejar de recordar que, si bien esta tarea de puesta en práctica tiende muchas veces a privilegiarse frente a las anteriores, de acuerdo con la posición que aquí mantengo se trata solamente de una etapa más. Por lo tanto, debe concebirse de un modo integrado con las restantes etapas, sin menospreciar la importancia que aquéllas tienen.

e) Establecer un mecanismo de seguimiento y reorientación

Por último, hay que subrayar que los procesos de cambio, en materia de educación como en cualquier otra, son esencialmente dinámicos y en consecuencia parcialmente imprevisibles. Si esa afirmación puede aceptarse en términos generales, aún puede serlo más en circunstancias tan complejas como las que se refieren a las áreas problemáticas identificadas.

Por lo tanto, para terminar esta exposición sumaria de los principales elementos que deberían integrar una estrategia de transformación, hay que insistir nuevamente en su carácter procesual y extraer de ahí una conclusión relativa a la necesidad de efectuar un seguimiento cuidadoso de dicho proceso. Ello implica preguntarse por los logros intermedios conseguidos, así como por los efectos producidos, tanto los deseados como los no deseados. Para responder adecuadamente a esa pregunta es necesario establecer un mecanismo sistemático de seguimiento que permita reorientar los procesos de cambio e ir adaptando la estrategia desarrollada.
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