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La empatía en la terapia del habla y el lenguaje. (Parte VI)

Esto mismo sucede cuando por un énfasis excesivo en la consecución de resultados, por una excesiva preocupación por parte del terapeuta por su competencia y efectividad, se plantea un ritmo terapéutico inadecuado, que no se ajusta a las circunstancias personales del paciente, o se hace demasiado hincapié en la aplicación de las técnicas relegando o descuidando los aspectos relacionales.
Ramiro Campos | 15/08/2009
3.2. El entorpecimiento del proceso por la ausencia de empatía

Un terapeuta de lenguaje que falle en mostrar empatía hacia el paciente establecerá una dinámica terapéutica que supondrá, en el mayor número de ocasiones, el abandono de la terapia o retrasará o reducirá la probabilidad de obtener unos resultados terapéuticos beneficiosos para el cliente. Así, en ocasiones, el terapeuta interesado más en conseguir información relevante para la evaluación que en escuchar al cliente, puede dificultar la comunicación con el paciente, al cortar su discurso de manera reiterada. Las interrupciones frecuentes suelen vivirse aversivamente y se valoran como señales de desinterés por aquellas cuestiones que el paciente vive como más significativas. La búsqueda de información es un proceso progresivo y continuado que pasa por la utilización en los primeros momentos de preguntas abiertas y amplias, para ir paulatinamente centrando el discurso a través de preguntas más concretas y específicas.
Asimismo, terapeutas interesados en poner de relieve su experiencia, conocimiento y autoridad suelen proponer pautas de acción de forma prematura, sin haber dejado el tiempo suficiente para que la persona trasmita todos aquellos aspectos que le preocupan y que desde su perspectiva son relevantes para la comprensión de su problema. Esta forma de actuar facilita la no adhesión ya que el paciente no siente que las pautas que se le proponen se ajusten a su circunstancia pudiendo valorar la intervención como un procedimiento estándar, ajeno a su problema.
Esto mismo sucede cuando por un énfasis excesivo en la consecución de resultados, por una excesiva preocupación por parte del terapeuta por su competencia y efectividad, se plantea un ritmo terapéutico inadecuado, que no se ajusta a las circunstancias personales del paciente, o se hace demasiado hincapié en la aplicación de las técnicas relegando o descuidando los aspectos relacionales. En estas circunstancias es frecuente que aparezcan los no cumplimientos de las tareas programadas, las dudas y recelos más o menos explícitos para seguir las instrucciones, las anulaciones de las citas programadas para finalizar en el abandono de la terapia.
Por último es importante señalar la enorme importancia que tiene para la motivación del paciente el reforzamiento de su trabajo y la valoración de sus esfuerzos. Hay una relación directa entre el tiempo que se dedica a la supervisión de las tareas y la adhesión del paciente a las mismas. Una evaluación superficial del trabajo entre sesiones puede en ocasiones incrementar las situaciones de fracaso al planificar actividades que requieren recursos que no están disponibles en el repertorio de la persona.

Lograr que las personas sigan las instrucciones y se involucren en el proceso terapéutico dependerá en gran medida de nuestras habilidades terapéuticas y, como no, personales.
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