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El autismo: ¿genético o ambiental?

Michael Rutter está considerado como una de las voces más autorizadas en el terreno del autismo. Ha publicado medio centenar de libros y medio millar de artículos científicos, y sigue activo. El pasado noviembre, Sir Michael visitó nuestro país a propósito de un encuentro internacional sobre el síndrome de Asperger.

Un niño autista se reconoce por su forma de actuar, según informó el doctor, añadiendo que no es normal que un niño prefiera siempre estar solo, que se resista a recibir caricias o muestras de atención o que responda a las muestras de afecto o enojo de los padres con indiferencia. El crecimiento desproporcionado del cerebro y de la cabeza es un rasgo físico que afecta sólo a una proporción reducida del espectro autista y no se ha demostrado aún qué repercusiones puede tener este cambio físico en su conducta. Inclusive señaló que el abandono de las rutinas o de un determinado lugar puede complicar las cosas, llegando a producir hasta autolesiones.

Insistió en la necesidad de partir de un buen diagnóstico para proporcionar un buen tratamiento, porque no todo niño o niña con problemas sensitivos o sensoriales puede ser catalogado de autista. Además, hay autismos tan leves que han pasado desapercibidos a padres y maestros.

En su conferencia del pasado mes de noviembre en España, comentó que los genes parecían explicar con cierta profusión las causas del síndrome de Asperger, recordando que el gen SHANK3, conocido también como ProSAP2, regula la organización estructural de los componentes dendríticos que caracterizan a determinados neuroligandos del comportamiento. Rutter señaló que se ha comprobado que determinadas mutaciones en este gen causan formas de autismo como el síndrome de Asperger, particularmente en el cromosoma 22q13, y afectan a áreas como el lenguaje y la comunicación social.

Pero una reciente investigación con niños adoptados rumanos del Reino Unido dio a entender que los autismos pueden tener un origen puramente ambiental. Siguió a 165 adoptados y descubrieron que había ciertamente una proliferación de casos de autismo entre esos niños que no guardaba relación con los adoptados en los mismos años por familias de modo de vida similar y con edades emparejadas. Pero el problema no estaba en ningún gen ni en un desarrollo anormal del tamaño cerebral, sino en un efecto a largo plazo de las paupérrimas experiencias vividas en el periodo de internamiento en los orfanatos rumanos. En lo científico, aquella investigación trajo a colación la insospechada circunstancia de que un autismo puede saldar cuentas con una experiencia anterior a la adopción, lejana, y manifestarse a largo plazo. Además, se observó que cuanto más tiempo había permanecido el niño institucionalizado en aquellos orfanatos, peor era el síndrome desencadenado.

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26/01/2007

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