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La pedregosa vía de la integración para los gallegos con Down

Se levantan cada mañana para acudir a su puesto de trabajo, como cualquiera, pero esa circunstancia cotidiana los convierte en una vanguardia que avanza lentamente demostrando cada día que debería haber un sitio para ellos en el mercado laboral. Apenas alcanzan la treintena. Según los datos de Down Galicia, el colectivo que agrupa a las asociaciones y que ha apostado por la integración de los afectados en el mercado laboral puro y duro, actualmente son 24 los gallegos que disfrutan de un contrato convencional, la inmensa mayoría en empresas privadas.

Son reponedores en supermercados, pizzeros, ordenanzas, gasolineros y suelen responder siempre por encima de las expectativas. En los últimos meses se han perdido algunos contratos indefinidos. La ola de paro no hace distingos y ha frenado el tímido arranque de esta integración laboral en la que la Administración se ha quedado fuera de juego.

Evidente discriminación

Una de las principales reclamaciones de los colectivos que agrupan a los afectados por el síndrome de Down es la adaptación de las pruebas que dan acceso a la reserva de plazas que hace la Administración. Aunque esa reserva debe ser ya del 7%, no hay diferencia entre discapacidad física o intelectual, de manera que compite por la misma plaza un afectado con síndrome de Down con alguien a quien le falta, por ejemplo, un dedo. Y las pruebas son preguntas sobre el mismo temario. Los colectivos ponen el ejemplo de Granada, donde la adaptación de pruebas ha permitido la contratación de ocho aspirantes con Down.

«Cada vez que veo el desánimo en unos padres que han tenido un hijo con el síndrome les digo lo mismo: Vuestro hijo conseguirá lo que se proponga. Tardará más o menos, pero lo conseguirá», explica la directora de Down Vigo, Ana Tejada. El proceso para emplear a un usuario es lento y caro. Cada chaval mejora su formación a través de cursos, mientras se trabaja en la prospección de empleo. Una vez que se encuentra un puesto y un candidato, comienza un proceso de entrenamiento tutelado por una preparadora laboral, que comparte el puesto hasta que considera que el trabajador ya domina todas las rutinas, desde el desplazamiento de casa al trabajo, hasta la sutil diferencia entre un amigo y un compañero. Toda vez que las piezas están ya ajustadas, la preparadora va desapareciendo paulatinamente y dejando al trabajador que desarrolle su autonomía, con espaciados controles a través de contactos en el puesto de trabajo.

Los casos que se presentan a continuación son excepcionales en esta dinámica, dos afectados por el síndrome de Down (una población cuyo peso estadístico ha disminuido sustancialmente en los últimos años), empleados temporalmente por la Administración pública. Esa es la diferencia. Con el resto de contratados con Down comparten excelentes referencias sobre las tareas que realizan y una evolución extraordinaria en su personalidad desde que empezaron a trabajar.

http://www.lavozdegalicia.es
16/08/2009

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