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Jorge le da un volantazo a su discapacidad y oposita

Bilbao

Hay quien podría pensar, por su habla aniñada, que Jorge Llorente no sabe ni hacer la o con un canuto. Pero ahí donde le tienen trabaja en una tienda de deportes, ha aprobado unas oposiciones a celador y lleva diez años conduciendo sin un triste golpe de chapa. Nada del otro mundo si no fuera porque tiene una discapacidad del 66%. "La gente se sorprende porque mi forma de hablar rebaja mucho la inteligencia. Si no pronuncias bien o te comes las eses, te consideran más tonto y en realidad igual tú el coco lo tienes bien", explica. Tampoco Patxi, Ana y Sebas se han quedado atrás a la hora de darle esquinazo a su discapacidad intelectual.

Jorge Llorente > 33 años

"Si pudiera, arreglaría la crisis, pero mi sueño es tener novia"

Jorge no nació con muy bien pie. De hecho, los tenía torcidos y le tuvieron que escayolar. Pero lo peor vino después, cuando se infectó con un virus en el hospital donde ingresó para recuperarse. Las secuelas las arrastra hasta hoy: dificultades en el lenguaje y la movilidad y sordera en un oído. Nada que mermara su tesón para sacarse, ya de adulto, el graduado escolar. "Lo que más me costaba era hablar en castellano, el inglés y el euskera, pero matemáticas, historia y ciencias sociales se me daban muy bien. Sacaba sobresaliente o notable", recuerda, a sus 33 años, este baracaldés.

Encantado con su trabajo en una tienda de deportes, donde lo mismo atiende a los clientes que coloca el género, Jorge cuenta que se presentó a las oposiciones de celador a instancias de una sobrina. "Me animé y me apunté. Era complicado de estudiar, pero lo saqué", resume sin darse importancia. Por si fuera poco, se enfrentó a la prueba en las mismas condiciones que el resto. "Al rellenar mis datos, el ordenador no me dejaba poner con discapacidad, así que hice la oposición como uno normal". Es decir, que tuvo que contestar a un centenar de preguntas. Acertó ochenta y cinco.

Consciente de lo complicado que resulta sacar la cabeza en una lista de "tres mil y algo" candidatos, Jorge no pierde, sin embargo, la esperanza. "Según van las cosas en España, está un poco difícil, pero si ya he conseguido trabajar en una empresa normal, por qué no de celador en el hospital de Cruces. Es suerte, o te toca o no te toca".

A la hora de hincar los codos, Jorge contó con el apoyo de todo su entorno. Con el carné de conducir, en cambio, casi todo eran pegas. "Para qué te lo sacas, vas a ir como un loco... Temían que tuviera un accidente, pero conduzco desde hace diez años y no he tenido ninguno", dice. Convencido de que "el que quiere, puede", Jorge insta a las personas como él a que hagan oídos sordos a quienes les desaniman. "La gente les dice que no van a poder y les hace tener miedo, pero si no haces caso a los que desconfían, puedes sacártelo", insiste.

Habría que ver a dónde han llegado los que de pequeño le llamaban a Jorge "mongolo". O la cara que se le quedaría al director del centro ocupacional que le decía que no servía para trabajar. "Estamos infravalorados", lamenta, y asegura que él siempre ha sido un buen empleado. "En ningún sitio he tenido mal comportamiento, ni he discutido con nadie, ni me han puesto pegas".

Partidario de que personas como Ángela Bachiller, primera edil con síndrome de Down del Estado, accedan al ámbito político, no tendría inconveniente en votarla. Pero no a cualquier precio. "Solo si es competente en su trabajo, defiende los problemas del país y cumple las promesas, no como los políticos de ahora y este gobierno, que lo hace todo al revés", censura. Si él tuviera algún día el poder, "lo primero que arreglaría es la crisis", aunque su "sueño, que es un poco más chungo, es tener una novia". "Las chicas normales, por mi forma de hablar, se piensan que soy un poco tonto. Cuando me conocen cambian de opinión, pero se alejan y eso que tampoco soy feo, soy guapo", dice como mera descripción, sin atisbo de chulería. Es un reto que aún se le resiste, pero tiempo al tiempo.

Patxi González > 49 años

"La juez me preguntó que si mi voto lo elegía yo u otra persona"

Con tres meses Patxi González sufrió una parálisis cerebral que hizo mella en su habla y sus piernas. Al fallecer su madre, solicitaron su incapacidad judicial y con ella le arrebataron su derecho al voto. "Me he perdido tres elecciones: unas municipales, unas generales y unas autonómicas". Lleva la cuenta apenado porque para él el sufragio "es un deber de cualquier ciudadano". Y a Patxi le gusta cumplir. Por eso inició el proceso para poder volver a depositar su sobre en la urna. "La juez me preguntó que si mi voto lo elegía yo u otra persona y yo le dije que yo", explica. Y las cosas volvieron a ser como antes.

A la espera de que se convoque la próxima cita electoral, Patxi se propone trabajar desde Gorabide para que otras personas con discapacidad intelectual puedan votar como él. "Para que los que no sean capaces también opinen se pueden hacer otras cosas", plantea y confiesa que está pensando incluso en militar en un partido. De gobernar algún día, fantasea, "haría cosas para el pueblo", como mejorar el sueldo que él y sus compañeros reciben en los centros ocupacionales. "Nos pagan menos de cien euros al mes por trabajar ocho horas al día. Tendríamos que ganar, como mínimo, unos 500".

Patxi, que vive con su padre en Barakaldo y trabaja haciendo juntas para tuberías, considera "positivo" para el colectivo que una persona con discapacidad intelectual ejerza un cargo público. Él no tendría inconveniente en confiarle su voto. "Si hace las cosas bien, por qué no". Ahora, si las hace mal, nada de corporativismos. Puestos a valorar la actual coyuntura política, dice que no le "convence mucho lo que está haciendo el PP. Creo que vamos ahora peor que con los socialistas por los recortes que ha habido". De Bárcenas opina lo que la gran mayoría, que es "un mangui".

A sus 49 años, Patxi puede sacar dinero de su cuenta bancaria cuando quiera, pero sin sobrepasar una determinada cantidad. Por lo demás, tiene los mismos derechos que cualquiera, pese a que haya quien piense lo contrario. "En la calle algunas personas no conocen lo que es la discapacidad y te insultan. A veces tienes derecho a una cosa y no lo hacen o vas a tomar algo y te miran con mala cara". Aunque la gente está "más o menos concienciada", hay chavales que se pasan de listos. "Me han llegado a decir si soy subnormal o algo".

Ana Mota > 30 años

"Mis lemas son: el que la sigue la consigue y hakuna matata"

A Ana Mota le gustaría salir bailando en la televisión. "Nunca lo he hecho", dice, como si lo tuviera anotado en su lista de sueños pendientes. Lo que sí ha conseguido esta bilbaina con síndrome de Down es actuar con su compañía de danza Despertar los sentidos en el Museo Guggenheim y otros muchos escenarios. "Hemos bailado en el Palacio Euskalduna, en la playa de Oriñón, en Barcelona, incluso estuvimos en Italia", enumera esta pizpireta treintañera, a la que le encantaría compartir tablado con bailarines sin discapacidad. "Todo es posible. Lo que hay que hacer es proponérselo. El que la sigue la consigue, claro que sí. Ese es mi lema y el de hakuna matata también, que ningún problema me haga sufrir", revela rebosando optimismo.

Ahora, dice Ana, "han mejorado muchas cosas", pero en algunas ocasiones sí se ha sentido discriminada. "No es normal que te digan que eres una subnormal. A mí no me gustaría que me lo dijeran a la cara. O que te digan que eres una inútil porque no sabes ni hacer un huevo. Eso me lo dijeron donde yo trabajo, me dijeron que no éramos normales", lamenta esta treintañera, que pasa su jornada laboral, en un centro especial de empleo, rodeada de tornillos y bisagras.

Pese a todo, Ana, que vive con sus padres, no se arredra ante las críticas. A quien piensa que las personas con síndrome de Down no son iguales que el resto "le diría: Oye, perdona, yo soy como tú, que nadie ha nacido siendo perfecto. Soy como cualquier otro ciudadano. Soy tal como soy y punto. A quien no le guste, que no mire", zanja resuelta.

Aunque le parecería bien que se reconociese el derecho a votar de las personas con discapacidad intelectual, ella reconoce que no está preparada. "Sinceramente, no entiendo lo que dicen los políticos. No tengo ni idea. Es muy complicado y, además, nunca me han enseñado".

Pensando en todo el colectivo, apartado a un lado su deseo de salir en la pequeña pantalla, Ana lanza un mensaje a la sociedad. "Me gustaría que la gente nos aceptara tal como somos y que nos trate con dignidad y, sobre todo, con respeto". Y aún hay más. "Cambiaría que haya menos acoso en los colegios hacia nosotros. Pediría que los profesores se informaran un poquito más sobre cómo ayudar". A punto de finiquitar la conversación, añade una última petición. "Si yo tuviera una varita mágica, haría que yo no tuviera una discapacidad, que fuera una persona sin el síndrome de Down. Cambiaría eso también".

Sebastián González > 55 años

"Me gusta hacer lo más difícil; para hacer lo fácil, no lo hago"

Aficionado a la pintura desde niño, Sebastián González no retomó los pinceles hasta que, ya de adulto, le amputaron una pierna. "Me salió una úlcera y aguanté seis años, pero la gangrena me subía y dije: córtame la pierna antes de morirme", relata con naturalidad. Con una discapacidad intelectual "muy limitada" y sin posibilidad de trabajar porque tiene "mal la columna", encontró refugio en su paleta de colores. "Con seis o siete años ya pintaba. Nadie me enseñó, aprendí mirando cómo lo hacían otros en el colegio. Luego dejé la pintura una temporada". Hasta que, hace ocho años, fue a parar a la residencia de Txurdinaga. "Un día me dio la venada y dije: Cómprame un cuaderno, que voy a dibujar. No se creían que yo había hecho aquello. Pintaba en acuarela y la gente me daba la voluntad, 15 o 20 euros". No es como para abultar la cuenta corriente, pero sí la autoestima.

Sebas, que no fue un buen estudiante -"éramos unos críos, hacíamos pira..."-, tenía total autonomía antes de que se la arrebataran los problemas de salud. "Al morir mis padres, vivía solo en casa, me arreglaba bien, hacía la comida", cuenta. Mermada su movilidad, vive desde hace dos años en la residencia que gestiona Gorabide en Artzentales. Allí practica su afición entre seis y siete horas al día. "Me gusta pintar paisajes, porque eso de hacer caras de mujer, ni idea. Alguna cara de hombre me sale algunas veces. Otras, tengo que borrar", confiesa. En el curso municipal de pintura al que acude perfecciona su técnica. "Quiero aprender un poco más. La profesora me dice cómo poner los colores. Si no se me queda, me lo pone en un papel", explica. No le debe ir mal porque ya ha expuesto sus obras en la casa de cultura del municipio. "No ponía que eran cuadros de un discapacitado. Gustaron y alguno ya compraron", comenta.

Afanado en copiar una imagen de Bilbao del "año de la tarara" de un calendario, Sebas no tendría inconveniente en "echar una mano" a sus compañeros si se animaran a pintar. Por lo que a él respecta, se pone el listón cada vez más alto. "Si viera algo que no he pintado, me atrevería a hacerlo, porque a mí me gusta hacer lo más difícil. Para hacer lo más fácil, no lo hago", señala. Como si en su vida no hubiera superado suficientes retos.

http://www.deia.com
5/10/2013

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