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La música que cura

•Activa el cerebro y despierta emociones. Desarrollada en la Argentina desde hace casi medio siglo, la musicoterapia gana terreno en el campo de la salud como una experiencia valiosa para tratar dificultades físicas y emocionales desde el juego y la magia de una canción.

Queremos derivarte un paciente. Estamos muy preocupados, no responde a ningún estímulo –le dijeron los médicos a Karina Ferrari, la musicoterapeuta del hospital.

El paciente era Emilio, un cartonero que había llegado a la guardia con un coma diabético. Luego de días de internación el cuadro no mejoraba: no hablaba, no caminaba, no podía alimentarse solo. Estaba, pero parecía no estar.

Karina aceptó el desafío de inmediato. La única pista que ella tenía para comenzar a trabajar con Emilio era que le gustaba Fabiana Cantilo. En el primer encuentro, apenas comenzaron a sonar los acordes de la canción, Emilio se sentó en la cama, la miró y le dijo el nombre del tema: “Nada es para siempre”. Karina empezó a cantar y él logró completar algunas estrofas. Aún le costaba hablar luego del coma y sus palabras no eran muy claras, pero su frase de despedida al terminar la sesión no se prestaba a confusiones. Te espero, le dijo, y a ella le brillaron los ojos. “Fue un logro de la musicoterapia. Nos sorprendió a todos y es un caso muy emblemático. Emilio marcó un antes y un después en mí”, cuenta Karina, quien trabaja como musicoterapeuta hace ya 25 años.
La musicoterapia –como su nombre lo indica– es una disciplina que utiliza la música como recurso para tratar necesidades físicas, emocionales, mentales y cognitivas. En la Argentina, se constituyó como carrera académica en 1968, pero su surgimiento se remonta a 1919 en los Estados Unidos, cuando comenzaron a realizarse trabajos con música para tratar a excombatientes de la Primera Guerra Mundial.
“Una de nuestras premisas básicas es que los pacientes no hacen música, sino que son en la música. Desplegando su musicalidad, las personas pueden dar cuenta de aspectos de su mundo interno –detalla Karina–. La música es un medio y no un fin, por eso no es necesario saber cantar o tocar instrumentos. Ellos nos cuentan musicalmente qué les pasa, cómo son, qué problemas tienen. Los problemas se escuchan y se resuelven en la música”.
Son las 10 a.m. y Emilio camina por los pasillos del hospital. Pasaron cuatro meses desde su primera sesión y puede notarse que hoy es una persona diferente. Hace chistes, toma mate y charla con otros pacientes. Ya fue dado de alta, pero deberá seguir en el hospital hasta que el Estado encuentre un lugar adecuado para él, ya que no tiene hogar.
–Emilio, Mario, ¿empezamos la sesión? –les pregunta Karina con voz alegre, la sonrisa a flor de piel.
Mario, un hombre de unos 70 años, lo llama a Emilio y ambos se sientan en una mesa de madera que ocupa todo el centro de la sala de internaciones. Los pacientes en las camas parecen no registrar lo que sucede, unos duermen y otros miran al vacío con ojos perdidos.
Empieza la sesión. La computadora reproduce algunos tangos, y luego Karina toma la guitarra. “Para bailar la bamba, para bailar la bamba”, comienza a cantar, y la sala se transforma por completo, como por arte de magia. Emilio y Mario la siguen en el canto tímidamente y a ellos se suman otras voces hasta ahora desconocidas. Los pacientes de las camas cantan. Los más tímidos sólo sonríen o se incorporan para poder ver mejor. El sanatorio parece una reunión de amigos. Hoy, en la tranquilidad matutina del barrio porteño de Flores, el Hospital General “Dr. Teodoro Alvarez” regala un poco de alegría.
“La musicoterapia siempre genera este clima. No sólo ayuda en lo físico, sino que tiene muy en cuenta lo emocional porque vemos al ser humano como una persona integral. Cuando hacemos música, nuestro cerebro se activa casi en su totalidad”, explica orgullosa Karina, quien ocupa el cargo de musicoterapeuta en la planta funcional de este hospital público de la ciudad de Buenos Aires.
Allí, la disciplina se integró en 2005 al área de salud mental para tratar a personas por internaciones psiquiátricas, adicciones o problemáticas psicológicas. Pero gracias a los buenos resultados y a los beneficios que brindaba se la incluyó también en el área médica, donde los musicoterapeutas están en los servicios de clínica, traumatología, ortopedia, pediatría y neurología.
“No encontramos gente que rechace el tratamiento, pero lo que no saben es que somos profesionales capacitados universitariamente y que la musicoterapia tiene estatus científico”, explica Karina. “Acá, en este mismo hospital, nos costó años que entendieran cuál era nuestra función, que no veníamos a cantar una canción para que los pacientes se pusieran contentos. Nuestro objetivo no es recreativo y artístico, sino asistirlos en una necesidad”.
Y uno de los principales problemas que afrontan los musicoterapeutas es el hecho de no tener una ley de ejercicio profesional que regule sus condiciones laborales a nivel nacional. Sólo seis provincias de la Argentina tienen su ley provincial: Neuquén, Río Negro, Chaco, Tierra del Fuego, Buenos Aires y Entre Ríos. En el resto del país no hay ningún tipo de regulación y la carrera universitaria sólo puede cursarse en Rosario o Buenos Aires.
“En el interior es todo mucho más difícil”, opina Alexis Calvimonte, musicoterapeuta residente en Córdoba. “Nosotros no tenemos ninguna ley que diga cómo debemos trabajar, y eso hace que muchas personas sin título puedan ejercer, lo cual genera mucha confusión en la sociedad y nos desprestigia. No se puede acceder a bibliografía, no viene mucha gente a dar capacitaciones ni tampoco hay hospitales públicos que brinden la terapia”.
Las obras sociales reconocen el servicio que ofrecen Alexis y Karina a aquellos que presenten un certificado de discapacidad. Sin embargo, esa prestación pierde su sentido si no hay hospitales o clínicas que trabajen con musicoterapeutas.
Pero Alexis no pierde las esperanzas: “Se ha avanzado mucho en el conocimiento de la gente y en cómo nos ven los profesionales. Lo que nos prestigia es lo que vamos provocando en los pacientes, los cambios significativos tanto en el área médica como en la prevención y la rehabilitación. En estos diez años la profesión creció de manera positiva. Cuesta, pero creo que si unimos fuerzas vamos a llegar a una situación como la de Buenos Aires”.

Cuando Mariano entra al consultorio privado de Karina, su mundo se transforma. En ese pequeño cuarto repleto de instrumentos él puede dejar volar su imaginación. Hay días en los que hace sonar a Los Beatles en la melódica, en otros se decide por un bolero, Deep Purple o canciones infantiles. Si uno escucha desde afuera, parece que adentro se desata un concierto de guitarra, piano, bombos y panderetas.
Mariano tiene 38 años y padece un trastorno generalizado del desarrollo. Tiene dificultades para comunicarse verbalmente, para relacionarse en el ámbito social y realizar ciertas actividades de manera independiente. Cristina, su madre, decidió llevarlo a un instituto especial para su educación, pero las mejoras significativas se dieron cuando le recomendaron que comenzara musicoterapia. Ella se había dado cuenta de que Mariano tenía algo especial desde el momento en que, a sus cuatro años y sin enseñanza previa, tocó el “Feliz cumpleaños” en un organito de juguete.
La primera vez que lo atendió, Karina se sorprendió al ver que podía tocar cualquier instrumento sin haber tenido ningún tipo de formación. Consultó a neurólogos y especialistas internacionales y todos llegaron a la misma conclusión: Mariano tenía el síndrome de Savant, un caso en millones, en el que el individuo posee una gran facilidad musical, oído absoluto y memoria prodigiosa.
“En la primera sesión descubrí que agarraba cualquier instrumento y lo sabía tocar. También se acordaba nombres de canciones, cantantes, discos, e incluso de las compañías discográficas que los editaron”, recuerda Karina. “Sabía música, pero el problema era que eso iba más en beneficio de su enfermedad que de su salud, porque se aislaba de la gente. Al principio no me registraba. Empecé lentamente a meterme en su musicalidad y a intentar que me reconociera”.
Ahora, tres años después, Mariano no sólo la reconoce a Karina, sino que empezó a tocar música junto a ella e incluso pudo grabar un disco con temas propios. “La musicoterapia fue muy beneficiosa. Este va a ser su tercer año. Ha mejorado mucho en lo social, que es lo que más le costaba. Ahora puede ir a reuniones o a fiestas, sabe hacerse el desayuno, bañarse solo, incluso va a viajes con la escuela”, se emociona Cristina, la madre de Mariano.
Termina la sesión y Mariano es otro hombre. Sus rasgos muestran felicidad, abraza a su madre, abraza a Karina y canta, siempre canta.
“Cuando Mariano vuelve a casa después de la sesión está muy contento, pone música o toca sus instrumentos”, dice Cristina. “Si veo las sesiones lloro muchísimo al verlo tan feliz. Ojalá mucha más gente supiera de la musicoterapia. Con Mariano yo sé que esto es sólo el comienzo. Seguimos en el camino”.

http://bwnargentina.blogspot.com.es
1/07/2014

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