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Ansiedad y depresión, los otros fantasmas que amenazan a los niños bajo el umbral de pobreza

Ana llegó hace unos años desde República Dominicana para ofrecerles un futuro mejor a sus hijos y lo consiguió. Pero como a tantas familias españolas, esa época de bonanza económica se vio truncada. Con la llegada de la crisis el restaurante en el que ella trabajaba de cocinera cerró y, por si esto no fuera poco, su marido también se quedó en paro.

Ambos lo notaron mucho pero quienes más sufrieron esta pérdida fueron sus dos hijos. A pasar de sus intentos en disimular la situación ante ellos, "llega un momento en que uno no puede más" y sale todo a relucir. Lo que para esta familia era algo normal -salir a comer fuera de casa- se convirtió de repente en un lujo inalcanzable.

"Mamá, ¿no vamos a ir a comer hamburguesa?". "Nerea, hija, lamentablemente no podemos porque al ir a comer hamburguesa tenemos que gastarnos treinta euros y con ese dinero podemos comer una semanita todos", responde Ana a su hija con claridad a la vez que intenta distraerla con otras cosas aunque parece que no lo logra del todo ya que la niña insiste una y otra vez en su deseo de salir a comer fuera de casa.

La ayuda de 426 euros que da el Gobierno, en este caso no es suficiente para llegar a fin de mes. Entre el alquiler de un pequeño piso en Madrid, gastos de agua o luz el dinero se esfuma a pesar de los malabares que se hacen. "Los tenía que llevar a casa a comer -al salir del colegio- y yo decía: '¡Pero Dios mío con 426 euros cómo les doy de comer como yo quiero a los niños?' Porque yo me puedo comer cualquier cosa pero... ¿los niños?", lamenta nuestra madre protagonista.

La alimentación o las actividades de ocio son un derecho para los niños que está reconocido en la Convención Sobre Derechos de los Niños. Según Marta Arias de Unicef, el hecho de que un grupo de niños deje de tener acceso a determinadas oportunidades, "marca una distancia" con otros niños. Algo que reafirman muchos profesores, quienes además alertan de que los niños que están sufriendo esta situación atienden peor en clase e incluso se quedan dormidos. Otros indicadores que se ven en las aulas: niños que llevan la misma ropa durante todo el curso o que en vez de ponerse un abrigo se ponen capas y capas niquis; el bocadillo del recreo que no llevan o pequeños.

Unicef desde hace ya algún tiempo denuncia la excesiva atención mediática que se ha prestado a temas como la alimentación en comedores, en detrimento del impacto psicológico y social que acarrea en el menor. Arias recuerda un caso con el que se encontraron a la hora de elaborar el último informe sobre infancia en España: una niña estaba siendo excluida por sus compañeros porque éstos se enteraron de que ella y su familia acudían a un comedor social.

Los pequeños de la casa son los que más sufren ante una situación económica de los padres y muchas veces los adultos no sabemos cómo reaccionar. Existe un gran dilema: ¿es bueno qué los niños sepan lo qué está ocurriendo?



Cada familia reacciona de forma 'distinta'

Por su parte, Alberto Casado, de Ayuda en Acción opina que vivimos en una sociedad que nos mide, sobre todo, por lo que tenemos y por lo que somos capaces de gastar. "El perder capacidad de gasto o de ingreso es algo que los adultos no estamos preparados para transmitir a nuestros hijos. Cada familia reacciona de una manera distinta, pero al principio hay una situación de ocultamiento de una realidad que al final, desgraciadamente -en una situación de crisis continuada-, es imposible de ocultar" por parte de los padres.

Toda esta situación puede traer diversas consecuencias tanto para los padres como para los niños. En este sentido, la Fundación ANAR -que dispone de teléfonos de ayuda a niños y adultos- revela que durante el año 2013 la violencia familiar siguió siendo el principal motivo por el cual los niños solicitaron ayuda, aunque no siempre tiene que ver con motivos económicos.

Los psicólogos insisten en que dada la situación, aumenta la tensión familiar, la sensación de frustración y la hostilidad. Llegándose a traducir, en determinados casos, en "mayor agresividad" hacia los niños.

Ahondando en el asunto, el doctor en psicología de Anar, Benjamín Ballesteros, explica que los niños que llaman a sus teléfonos "muestran gran preocupación" ya que, de alguna manera, "se están enterando y a veces no tienen ninguna explicación concreta o específica de lo que está pasando. (...) Oyen información descontrolada. Ven a su madre o a su padre pasándolo muy mal y ellos mismos tienen gran ansiedad y en muchas ocasiones sentimientos depresivos".

Ante esta situación, se proponen soluciones como que los padres procuren tener "momentos de calidad" con los hijos ahora que se dispone de más tiempo. El llevarles al colegio, pasar las tardes con ellos es muy valioso para potenciar la relación entre padres e hijos y puede evitar que se den las circunstancias que se vienen mencionando. Los padres "tienen que intentar que evitar que su frustración y las preocupaciones derivadas de la situación económica se transmitan a sus hijos", apunta Benjamín Ballesteros.

elMundo
30/03/2015

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