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Educarse en familia

Rocío es gitana, tiene cinco años y vive y estudia en el barrio barcelonés de la Mina. Su padre murió en condiciones violentas cuando ella tenía dos años y su madre pudo escapar. "Rocío representaba el prototipo de lo que Harvard llama una candidata al vacío de la exclusión social", explica el profesor Ramón Flecha García. Sin embargo, su tesón y el de su familia -abuelos-, unidos a un modelo de aprendizaje igualitario basado en "ese sueño compartido de igualdad" que propugnaba Martin Luther King, permiten transformar la llamada "vía de la prisión por la vía de Yale", resume Flecha. El éxito radica en una educación integral basada en la igualdad de oportunidades.

En julio pasado, Rocío fue una de las 1.600 alumnas de su colegio, La Verneda-Sant Martí, que recibió la visita del personal de la Universidad de Harvard (EE UU) en busca de inmigrantes a los que promover. Esta universidad ha constatado en sus 60 años de experiencia que "el éxito académico reside en la gestión de una gran diversidad social y económica en sus departamentos y aulas", explica el investigador del Instituto CREA de la Universidad de Barcelona.

En España, tras 25 años, el modelo de las Comunidades de Aprendizaje cuenta con 34 escuelas, en tres autonomías: Aragón, Euskadi y Cataluña. Todas parten de un primer planteamiento: identificar el "sueño compartido de igualdad para su centro, su entorno, su barrio y sus familias". Y una vez consensuado, ponerse manos a la obra, con seriedad: "El proceso de transformación no es una conversación de café", sostiene Flecha.

Comienza por que la propia comunidad educativa de esa escuela, normalmente ubicada en un barrio deprimido, se fije sus "prioridades propias" -o "trozos de sueño"- alcanzables a corto plazo, dos o tres años. Después se constituyen los "grupos interactivos de trabajo" -el aspecto más radical de esta experiencia educativa-, que son todo lo contrario del actual modelo de segregación por capacidad, ritmo o nivel de aprendizaje. "No se saca a nadie del aula, ni del centro". ¿Por qué? "Se asume como punto de partida que el profesorado solo no puede" y se opta por que "entren en el aula los familiares de los niños, voluntarios, ex alumnos, jubilados, abuelos...". En clases de 10 o 12 alumnos se establecen grupos de trabajo de cuatro, con un profesor y uno o dos adultos externos más, según las necesidades de cada chico. Pero nunca se segrega.

Para eso, ha sido necesario antes "una segunda gran transformación, y la que más resultados da". Pero esto "no tiene nada que ver con las tradicionales escuelas de padres. Se trata de la incorporación de los familiares al aula en sentido estricto", precisa Flecha. Junto a esto, además, en las escuelas-comunidades "un familiar firma su compromiso de que tutelará el proceso de aprendizaje del menor" y que "el niño, al llegar a casa, tendrá un adulto que le escuchará todos los días 20 minutos y se interesará por su marcha". Es parte del nuevo contrato social.

Este modelo -que pasa del "aula cerrada" al "aula abierta" y permite "aprender con las familias"- tiene en Internet la mejor herramienta de interacción. El aprendizaje a través del ordenador y la red permite que los niños sean quienes "alfabetizan" a sus abuelos o madres, que estudien juntos idiomas, lean, naveguen o desarrollen proyectos en común. Otro espacio privilegiado es, por supuesto, la biblioteca (física y en red) que permite reunir mayor variedad de modelos de estudio y aprendizaje: los niños pueden estudiar con sus mayores, con los tutores, con otros alumnos de cursos superiores; y todos ellos proponer jornadas o temas, que pueden incorporarse, incluso, al programa escolar. Ocurrió así con unas jornadas de literatura sobre García Lorca y el flamenco, o con el estudio del cuerpo humano para que los niños ayudaran a integrarse a un compañero con problemas psicomotrices que acabó en un monográfico trimestral de anatomía.

El eje central de las Comunidades de Aprendizaje reside en "no asumir el modelo darwinista imperante, que considera que la escuela ya hace bastante si logra que estos niños terminen la secundaria o la FP", sostiene Flecha. "¿Por qué no aspirar a que los inmigrantes y los pobres lleguen también a la universidad en igualdad de oportunidades?". Ésa es precisamente la puerta que tiene abierta ahora Rocío a sus cinco años. "Sólo de ella y de nadie más dependerá que decida ir a la universidad cuando sea mayor... Pero, de entrada, ya se ha apuntado a clases de inglés muy ilusionada", resume Flecha. En cualquier caso, Harvard sólo le ha revelado algo que ella -y muchos como ella- no podía ni soñar: que con educación será quien decida cómo enfocar su vida; si quiere seguir estudiando, montar su propio negocio, ser asalariada, funcionaria o una madre que educa a sus hijas. Ella lo decidirá.

El Pais
5/04/2006

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