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¿Qué le pasa a tu hijo si fuerzas su aprendizaje sin estar preparado?

Las primeras veces son un principio, pero también un final: son el cierre de una etapa que anuncia la ineludible llegada de la siguiente. Desde el nacimiento de nuestros hijos celebramos cada logro y cada habilidad adquirida con ese entusiasmo y esa magia que solo nos devuelven las primeras veces. Lo contamos, lo inmortalizamos y lo ensalzamos con orgullo porque nuestro retoño ha alcanzado un grado más de autonomía. Pero, dado que no hay dos niños iguales, es importante respetar el ritmo evolutivo de cada uno. Dejar que cada pieza encaje cuando llegue el momento. En este sentido, Alberto Soler, psicólogo especializado en crianza, explica a El País que debemos tener en cuenta una matización importante: “Si bien es cierto que en el lenguaje coloquial hablamos de “aprender a gatear”, “aprender a andar”, “aprender a hacer pipí” o “aprender a hablar”, esto no son aprendizajes como ir en bicicleta, aprender un idioma o tocar un instrumento, sino que son más bien adquisiciones o logros a los que se llega cuando el niño está listo. Como dice un proverbio hindú, no por estirar la hierba esta crece más rápido”.

Qué es el respeto a los hitos evolutivos

¿Todavía no anda? ¿Aún no habla? ¿Cuándo va a dejar el pañal? Son las cuestiones que todos los padres escuchamos en algún momento con respecto a nuestros hijos. Incluso puede que nosotros mismos nos planteemos estas y otras preguntas similares. Tendemos a comparar con nuestro entorno conocido y eso hace que muchas veces las prisas y las dudas nos asalten. Dejamos de disfrutar de cada etapa consumidos por el deseo de pasar a la siguiente. Asegura Alberto Soler que los momentos de adquisición de logros evolutivos tienen un margen bastante amplio, por lo que incide en que para asegurarnos de que respetamos el ritmo de cada niño debemos mantener una actitud expectante y de observación: “Cuando son capaces de hacer algo, ellos son los primeros interesados, no es necesario forzar nada”.

Cuando hablamos de respetar los hitos evolutivos hablamos de no forzar a los niños a mostrar conductas o habilidades para las que todavía no están preparados. De acompañar sin presionar. Según Alberto Soler sería como esperar que un bebé de seis meses controlara esfínteres o comenzara a caminar: no está preparado para ello. “Ahí lo vemos muy claro, porque sabemos que es imposible, pero por ejemplo luego es muy frecuente forzar la retirada del pañal durante el primer verano después de cumplir los dos años, olvidando que cada niño sigue un ritmo distinto. Habrá alguno que ya esté listo en ese momento, pero muchos otros que no lo estén”.

El psicólogo valenciano deja claro que nada tiene que ver el respeto por el ritmo de desarrollo con un contexto de “ausencia de límites”, algo que en muchas ocasiones puede salir a colación. “Si queremos que ellos respeten, también debemos respetar nosotros, y quizá podemos empezar por ahí: respetar los límites que su cuerpo nos marca, no forzándoles a hacer cosas para las que todavía no están listos”, explica. No obstante, añade que es importante recordar que los límites son imprescindibles en la educación de los niños: “Un hogar sin límites genera ansiedad en los niños y probablemente no sería seguro, contribuyendo a una baja autoestima y sensación de falta de seguridad. Límites claros y respeto al proceso de desarrollo deben ir de la mano”.

Señales de alarma

Los hitos evolutivos de la infancia no podemos elegirlos. Tampoco decidir cuándo van a aparecer o cómo van a hacerlo. Señala Manuel Antonio Fernández, neuropediatra y autor de diversas guías para padres sobre trastornos del aprendizaje y del desarrollo, que los hitos evolutivos corresponden al desarrollo madurativo del cerebro y sobre la base de esto, “todos los niños deben cumplir los hitos madurativos de una forma razonable con relación al tiempo y al modo para poder conseguir un desarrollo dentro de la normalidad”. Para el experto es importante conocer cuáles son esos hitos evolutivos del desarrollo infantil, en qué orden y cuándo aparecen. Lo resume dividiéndolos en dos grandes grupos: el del desarrollo motor, que contiene el sostén cefálico (aguantar la cabeza), y que es habitual alrededor de los tres meses; la sedestación (mantenerse sentado), que suele darse alrededor de los seis meses; la bipedestación (ponerse de pie), ocurre sobre los nueve meses; la marcha con ayuda (andar de la mano o apoyado), generalmente aparece a partir del año; la marcha libre (andar sin ningún tipo de ayuda), aunque es más variable, entre los 12 y los 15 meses es lo normal; y la carrera, frecuentemente se alcanza alrededor de los 18 meses de edad. Y por otro lado el del desarrollo cognitivo, que engloba el lenguaje (“Desde los primeros meses aparecen sonidos que van evolucionando. Alrededor del año empiezan los primeros bisílabos y la variedad de vocabulario va creciendo progresivamente. Sobre los tres años los niños comienzan a usar el verbo para crear frases más complejas”); y el control de esfínteres. En este último influyen, según el autor de elneuropediatra.es, muchos factores y muy variados, pero se considera normal que un niño no controle bien el pis hasta los cinco años.

¿Cómo podemos saber si el desarrollo de nuestro hijo está dentro de la normalidad? ¿Hay señales que puedan dar la voz de alarma? La mejor opción para el neuropediatra Manuel Antonio Fernández es medir y comparar. “Por mucho que digan que las comparaciones son odiosas, son necesarias en pediatría. La normalidad se basa en ver la situación de cualquier niño con los demás de su edad. Por eso hay escalas y se realizan controles de salud infantil, para ver si hay algo que se sale de lo que es habitual para una determinada edad”, explica.

La detección de cualquier anomalía en el desarrollo infantil supone una oportunidad para evitar su evolución. Por ello, para el experto en neuropediatría es fundamental que las familias conozcan los hitos evolutivos del desarrollo infantil pero también que los sistemas de salud cuenten con pediatras y neuropediatras experimentados que puedan seguir el correcto desarrollo de los niños. “Ante la sospecha de que nuestro hijo pueda tener algún problema de desarrollo se debe consultar con el pediatra de atención primaria. Si después de valorar el caso, se considera que hay datos suficientes para determinar un problema en el desarrollo, el segundo paso es la derivación a atención temprana que son los que se ocupan de valorar el nivel de desarrollo de los niños con dificultades de cualquier tipo y establecer medidas de intervención para ayudarles a avanzar. Independientemente de la causa del problema, y aunque esta no se sepa, la atención temprana precoz es la mejor vía para ayudar a los niños en su desarrollo madurativo mientras se realizan las pruebas necesarias”.

Los riesgos de forzar el aprendizaje cuando el niño no está preparado

Cuando le planteamos a Alberto Soler acerca de las consecuencias de forzar las capacidades madurativas, nos recuerda a la pediatra húngara Emmie Pickler, referencia en la investigación de la intervención adulta en el desarrollo motor del niño: ”Hemos de enseñarle tantas cosas, cosas que solo puede aprender de nosotros, a través de nosotros. Pero resulta inútil, y hasta desventajoso, enseñarle a sentarse sentándole, a ponerse de pie poniéndole de pie, etc. cosas que él puede aprender por sí mismo, por su propia iniciativa, con una mejor calidad, mediante tentativas cargadas de sensibilidad, de aprendizaje que habría influido favorablemente en todo su desarrollo”.

Para el psicólogo especializado en crianza, “si forzamos a un niño a realizar una determinada conducta para la que no está preparado solo lograremos que se sienta frustrado y que sienta mayor dependencia hacia nosotros, al considerar que sin nuestra ayuda habría sido incapaz de hacerlo por sí mismo. Y es verdad, no lo habría logrado todavía”. Esto, para Soler, repercute negativamente en su autoestima, e incluso en ciertos procesos como, por ejemplo, el control de esfínteres, que puede tener consecuencias adversas para la salud.

Cada vez son más frecuentes las consultas relacionadas con problemas por la presión en el desarrollo infantil que llegan al centro del neuropediatra Manuel Antonio Fernández. “El sistema educativo actual se empeña en hacer que los niños comiencen a leer y escribir en cursos anteriores a los que lo hicimos en la década de los 80. Esto lleva a que nos consulten padres cuyos hijos no están siendo capaces de aprender a leer o escribir con tan solo cinco años. En la mayoría de estos casos los niños no tienen ningún problema”, explica.

Para Fernández, si forzamos a todos los niños a llegar a un límite muy alto, “más alto de lo que está previsto en un desarrollo normal”, tendremos problemas: “Consideraremos anormal algo que no lo es. Haremos que padres y niños consideren su situación como patológica cuando realmente no lo es. Esto conlleva un elevado nivel de estrés para las familias, que quieren que sus hijos sean capaces de lograr todos sus objetivos como los demás niños. Los niños empiezan a sentirse diferentes, con problemas. Además, se frustran y empiezan a sentir rechazo por el aprendizaje”.

Concluye con el mensaje claro de que debemos ser conscientes de que no todo vale por conseguir resultados: “Los niños necesitan su tiempo, el tiempo normal para desarrollarse con completa normalidad, valga la redundancia”.

El País
5/10/2018

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