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Guindilla para no atragantarse

Expertos en disfagia del hospital de Mataró prueban cómo al estimular sensores en la boca se reactivan el cerebro los movimientos para tragar

La guindilla, la pimienta y la menta despiertan sensores de la boca en las personas que tienen problemas para atragantarse cuando comen y beben (disfagia). Ese despertar no sólo ayuda a notar el alimento en la boca y moverlo con eficacia, sino que lleva una señal potente al cerebro para tragar de forma más segura, cerrando rápidamente la comunicación con la tráquea camino de los pulmones.

Es lo que ha podido demostrar la unidad de disfagia del hospital de Mataró, liderada por Pere Clavé, uno de los mayores expertos europeos en esta disfunción que afecta a la mitad de los ancianos, al 80% de quienes han tenido un ictus y al 84% de quienes tienen una enfermedad neurodegenerativa. Son personas que prácticamente sólo pueden tomar purés y líquidos espesados y que a menudo sufren neumonías al pasar comida a los pulmones.

La guindilla contiene capsaicina, la pimienta, piperina, y el mentol, menta. Y estas tres sustancias activan tres tipos de receptores básicos para la deglución que están en diferentes zonas de la boca y la lengua. “La más potente es la capsaicina, la de la guindilla, y en un primer ensayo pudimos comprobar que administrando una sola dosis a personas ancianas con disfagia, justo antes de comer, había una mejora evidente de la respuesta motora”, explica Clavé. En un estudio comparativo posterior del mismo equipo, vieron que los tres agonistas (pero la capsaicina la que más) reducían el tiempo de cierre del vestíbulo laríngeo, lo que evita que pase comida a los bronquios.

Este año terminaron un estudio piloto en el que probaron en dosis más bajas de capsaicina (guindilla) “para que fuera mejor tolerada por el paciente anciano”. La daban antes de cada comida (en el desayuno, la comida y la cena) durante 10 días. “Comprobamos que induce una respuesta sensorial y motora más rápida, lo que supone que el cierre del vestíbulo laríngeo es más inmediato”, explica Noemí Tomsen, otra de las investigadoras del equipo.

En las pruebas de imagen pudieron ver cómo se encendía la zona cortical del cerebro involucrada en la deglución.

“Creemos que existe una correlación entre la mejora de la respuesta sensorial y la respuesta motora”, señalan. Un efecto de neuroplasticidad, como si el cerebro, al despertar esos sensores con la guindilla aprendiera de nuevo a mover todos los engranajes con destreza para tragar.

Estos agonistas naturales también existen como sustancias farmacológicas, “por eso nos proponemos traducir estos resultados para lograr un fármaco que se pueda administrar fácilmente en las dosis más adecuadas”, explica Pere Clavé.

El hallazgo que difunde el equipo de Mataró llega a un terreno con pocas soluciones. “Nos habíamos dedicado sobre todo a la rehabilitación, la neuroestimulación para frenar la pérdida motora y cambiar de posición a la hora de comer. Pero hemos probado que la pérdida sensorial era una parte esencial y que tratarla pone en marcha todo el proceso. Es una maravilla. El estímulo de la guindilla es tan potente que el cerebro produce una descarga de forma intensa, rápida y coordinada”, cuenta Clavé. “No funciona si la disfagia está asociada a cirugía de cabeza y cuello, entonces hay un problema estructural, no sólo sensorial”. Tampoco pueden pasarse de concentración, porque un exceso satura el sensor y produce el efecto contrario.

La unidad de disfagia de Mataró desarrolló hace unos años una guía de texturización de alimentos junto a la Fundación Alicia para que las familias de pacientes con esta dificultad aprendieran a guisar y triturar de manera segura, adaptada a cada comensal y de forma apetitosa, porque gran parte de los pacientes llegaban a aborrecer los purés indefinidos.

El proyecto actual se centra en niños con disfagia, en el comedor de una escuela con alumnos con parálisis cerebral, escola Arboç, donde la mayoría tiene problemas de deglución. “Si en los mayores el riesgo es la neumonía, en los niños es que no crecen. Hay alumnos de 15 años con 30 kilos”.

La Vanguardia
10/11/2019

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