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Enmascarados: cómo la mascarilla transforma nuestra forma de comunicarnos

Un proverbio árabe afirma que “quien no comprenda una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación”, lo que pone de “manifiesto la importancia de la comunicación no verbal en nuestra relación con los otros”, dice Mireia Cabero, psicóloga de la UOC e impulsora de un proyecto de promoción de la cultura emocional pública. “Toda la cara recibe estímulos del cerebro, y aunque hay gente muy inexpresiva, usamos la cara y todo el cuerpo para generar feeling con los demás”, añade esta psicóloga. Es tan importante que, por ejemplo, a muchos de los robots de aspecto humano que se crean hoy en día, el reto es dotarlos de expresividad facial”, añade Josep Lluís Micó, profesor de periodismo de la URL-Blanquerna.

Es más que probable que el uso de las mascarillas sea una de las costumbres de la pandemia que perdure. Si se lleva correctamente, nos cubre la boca y la nariz. Sin embargo, a la vez que nos protege también mutila nuestra expresividad facial, en parte. Esta circunstancia, augura Micó, “supondrá una gran pérdida a nivel comunicativo en todos los sentidos”.

“Sin mascarilla nos entendemos perfectamente solo con una mirada o un gesto. Pero si nos faltan tres cuartas partes del rostro, y la situación se alarga en el tiempo, significará que tendremos que repensar los códigos, porque algunas convenciones dejarán de ser válidas”, añade Micó.

En este sentido, Ignasi Ivern, psicólogo y logopeda de Blanquerna-URL, explica que “la comunicación no verbal es la que nos sirve para entender las intenciones”: “Siempre decimos cosas literalmente, pero siempre hay una intención y unas consecuencias. Hay gente que se pierde en la literalidad, cuando lo importante en la comunicación es la intención, y en cierta manera con la mascarilla en parte se pierde”.

Por su parte, Lisette Navarro, profesora de la facultad de Educación social y Trabajo social Pere Tarrés-URL, cree que “con la mascarilla todos trataremos de buscar pistas de lo que nos tratan de decir, pero los ojos y las cejas son la parte más importante de la comunicación no verbal y eso no queda tapado. Por lo que no creo que cambien muchas cosas”.

Pero Ivern opina que “la comprensión se puede ver afectada, siempre hay malos entendidos, y ahora tendremos que hacer más esfuerzos. Hay que tener en cuenta que viéndonos recibimos un feedback continuo del otro”.

De todos modos, para este experto, la mayor pérdida que nos impone la mascarilla es la de la sonrisa, “porque es un elemento que acerca a la personas, da confianza y esta trae la credibilidad. Nada motiva más a un adulto que arrancar la sonrisa de un niño”, asegura.

Aunque, “también es cierto que la mascarilla no la usamos en todos los ámbitos y, por tanto, eso limitará sus efectos perjudiciales sobre nuestra capacidad comunicativa”, puntualiza Cabero.

Tampoco todos nos comunicamos igual. “En esta situación, las personas que son más táctiles, más sinestésicas, lo tienen peor porque han tenido que dejar de tocar”, dice Cabero. Para ellas, las restricciones que impone la mascarilla a la expresividad del rostro son peores que “para las personas que son más lingüístico verbales”, apunta .

La mascarilla también “transforma la voz, su proyección, y se pierden cosas como el tono que también dan mucha información. Ahora parecemos gente que habla como Darth Vader”, ironiza Micó. Eso nos obligará a buscar “otros caminos como el acento, la modulación y la prosodia. Aspectos que ayudan mucho y que ahora deberemos exagerar”, añade Ivern.

Pero quizás ese sea el motivo que lleva a Mireia Cabero a decir que “también noto a la gente más rígida a la hora de comunicarse, se nota que la mascarilla es una molestia”. Nos molesta tanto que en Instagram ya han aparecido tutoriales para aplicarles maquillaje para disimularlas, lo que obviamente es una imprudencia ya que se pueden dañar y perder su eficacia como barrera para evitar contagios.

Hay que tener en cuenta que la mascarilla es algo que ha llegado de repente, un utensilio que “a diferencia de otros países –sobre todo asiáticos– no estábamos acostumbrados a usar. Mucha gente tiene una sensación de ridículo. Eso sí, los humanos nos adaptamos a lo que sea para sobrevivir”, dice Ivern. Además, “comunicativamente los occidentales damos más importancia a la boca, mientras que en las culturas orientales a los ojos, por eso, seguramente, para nosotros será peor”, opina Cabero.

También se han aparecido mascarillas con una parte transparente en la zona de la boca para las personas sordas, que se apoyan en la lectura de los labios para saber qué les decimos. “Pero no solo los sordos, los oyentes también nos apoyamos en la lectura labial para terminar de comprender algo que no hemos podido porque había ruido, por ejemplo”, añade Ivern.

En este contexto, “la gestualidad con las manos y el resto del cuerpo tendrán un nuevo papel, aunque nos falte práctica. Pero todos tenemos esta habilidad que, en el fondo tiene más que ver con las emociones, que es algo que en general llevamos mal”, dice Navarro. “Esto nos obligará a ser más cuidadosos, a ser más conscientes de lo que comunicamos. Las personas que quieran ser bien comprendidas harán el esfuerzo, pero siempre habrá quien tire la toalla”, precisa Cabero. En este sentido, Micó cree que “la gestualidad transmite mucha información y ayudará mucho; no obstante, al ver arquear una ceja sin ver la boca no terminas de saber exactamente qué te quieren decir”.

Por otro lado, “la comunicación no verbal es inconsciente, pero eso no quiere decir que no se pueda ser muy hábil en su dominio. Hay gente con una muy alta sensibilidad hacia ella y otra con una sensibilidad baja”, asegura Ivern. “Quizás cuando esto termine, todos nos hayamos vuelto más hábiles”, dice Cabero. Para Navarro, en el fondo, “las mascarillas son una buena oportunidad para tratar de conectar con los demás de otra una manera”.

Pero por fortuna, “las mascarillas también preservan la mirada, que es la parte de entrada a la comunicación. La mirada implica interés y es la expresión de las emociones. Si alguien no te mira cuando le hablas es que no le interesa lo que le estás contado”, dice Ivern.

Y sin duda, la mascarilla llega en un momento de muchas transformaciones. “Antes de la pandemia ya éramos más expresivos digitalmente que presencialmente, con emoticonos que nos permiten salir de una conversación complicada o con un meme, que es una broma con la que expresamos mucho mejor lo que sentimos. Además, actualmente, en el mundo virtual se mandan muchos más ‘abrazos’ que en el mundo real, sobre todo estos días que no queda más remedio”, dice Micó.

De los abanicos al lenguaje corporal

El lenguaje verbal no es el único que usamos para comunicarnos y en este nuevo contexto, en el que la gestualidad recuperará protagonismo, el corporal también será importante. “Los primeros estudios empezaron ya en siglo XIX, cuando se advirtió que las personas en muchas ocasiones expresaban emociones del mismo modo que lo hacían los animales”, dice Montse Guals, profesora del Máster de Protocolo de Blanquerna-URL.

A todos nos viene a la memoria el famoso lenguaje de los abanicos, con el que algunas mujeres del siglo XIX se comunicaban con sus pretendientes y con sus amantes. “Era una época en la que las mujeres estaban en una situación de sumisión, y que hablaran en público no estaba bien visto. No eran solo los abanicos, también la forma de llevar la sombrilla o el hecho de adoptar una determinada postura o gesto mientras paseaban, ya decía muchas cosas”, apunta Guals. Muchas cosas para el que lo supiera comprender, claro.

“O la manera en que se dejaban los cubiertos en el plato al terminar de comer, daba pistas de si nos había gustado o no lo que habíamos comido”.

Aunque todo esto hoy ha caído en desuso, el lenguaje corporal –que vivió un momento de furor en los años 60 y 70 del siglo pasado– está bien establecido por los expertos en protocolo, los psicólogos y los asesores de imagen, y tiene sus propias reglas que hay que conocer “tanto para proyectar una determinada imagen como para interpretar correctamente cómo es la persona que tenemos enfrente”, sostiene esta experta en protocolo. “No nos damos cuenta, pero valoramos a las personas antes de que hablen. Todos reaccionamos ante los movimientos corporales de los demás, y con las expresiones y las actitudes juzgamos a los demás”, afirma Guals. “Por ejemplo, gesticular con líneas verticales proyecta la imagen de que somos una persona dura, y la forma de sentarse da una imagen distinta de nosotros según cómo se haga”.

Son gestos y posturas que hacemos de forma absolutamente inconsciente, pero que se pueden trabajar, y de hecho “hay una gran demanda, sobre todo entre gente que está en edad laboral, y que creen que es un aspecto importante para mejorar en sus carreras profesionales. Nos han enseñado a gestionar empresas, pero no nuestra propia imagen”.

La Vanguardia
11/07/2020

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