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300 burgaleses están en coma permanente tras un accidente o un ictus cerebral grave.

Apenas responden a ningún estímulo, sus movimientos, si los tienen, son imperceptibles y se alimentan e hidratan a través de una sonda nasogástrica. Son personas en coma permanente o estado vegetativo persistente. Los daños cerebrales sufridos tras un accidente de tráfico o laboral o como consecuencia de un ictus o una parada respiratoria son de carácter estructural y no dan ninguna opción de recuperación.

En la provincia de Burgos en torno a 300 personas viven en esta situación, según los datos de la Asociación de Daño Cerebral de Burgos (Adacebur). El hospital General Yagüe, en concreto el Servicio Neurocirugía, atiende cada año a entre 4 ó 5 burgaleses que sufren daños cerebrales severos y que terminan en estado vegetativo permanente, según señala el jefe de la unidad, Antonio Rodríguez Salazar.

En la actualidad, estos ‘enfermos’ pueden vivir muchos años, «ya que los cuidados médicos que reciben han mejorado mucho en los últimos tiempos». Los accidentes de tráfico hasta hace un año aumetaban sin parar. Ahora han descendido, pero los de moto crecen, así como los deportivos, sobre todo en los considerados de riesgo. «Por tanto el número de personas en esta situación está creciendo paulatinamente», apunta el doctor.

Sin embargo, sigue sin haber centros especializados para su atención y cuidado. Una vez salen del Yagüe, después de haber superado operaciones, fases de reanimación y otras complicaciones ocasionadas en su mayoría por infecciones, deben dejar el hospital. Y bien vuelven a casa o bien a otra clínica de menor entidad. En Burgos generalmente San Juan de Dios y Recoletas, antigua Cruz Roja. Pero «no están especializadas en el cuidado de estas personas».

Así que la mayoría de las familias termina creando en su casa su propia habitación de hospital, con cama móvil, gotero, etc. «Por comodidad, por no tener que desplazarse todos los días a la clínica, prefieren tenerlo en casa; es normal», añade Rodríguez Salazar.

No hay casos de personas que se quedaran en coma hace muchos años como para establecer la edad a la que pueden llegar estos pacientes. «Los cuidados y la atención ha mejorado en los últimos tiempos, por tanto es complicado determinar una edad, pero pueden vivir muchos años, 20, 25 ó 30». De hecho, en Burgos está el caso de un chaval que sufrió un accidente en los años ochenta «y sigue con vida».



Dolencias propias



Por supuesto, estas personas «están expuestas a enfermedades e infecciones propias cuyo diagnóstico es muy difícil, ya que no notan el dolor ni lo expresan». Por tanto, «una apendicitis o una peritonitis puede ser fatal, porque generalmente no se coge a tiempo». Es lo que le ocurrió al torero Julio Robles, pone a modo de ejemplo. Él no estaba en estado vegetativo, de hecho podía hablar, estaba en una silla de ruedas, «pero una afección intestinal que no mostró signos externos acabó con su vida».

Por contra, son personas que viven en una situación de «total protección, no padecen apenas riesgos externos». «No van en moto, no conducen, no fuman, no beben copas, llevan una alimentación perfecta, por sonda sí, pero perfecta desde el punto de vista nutricional», explica el médico.

Por supuesto, los estados vegetativos persistentes «no se diagnostican al cuarto de hora de recibir al accidentado en el hospital». De ser así, «la mayoría de las familias se lo pensaría a la hora de consentir la intervención», asegura Rodríguez Salazar. Lo que ocurre es que la evaluación es más tardía. «Hasta después de la operación y sobre todo tras los primeros meses de recuperación no se puede emitir un juicio», indica.

Si la recuperación de una lesión cerebral no comienza a observarse en los primeros seis meses después del accidente y continúa más paulatinamente el año siguiente y hasta los dos años, «la probalidad de que la secuela sea un coma persistente es total». «Si en dos años no se ha producido apenas ninguna mejoría, las opciones de recuperación son nulas», asegura.

Sobre los casos de un despertar tras años en coma o en estado vegetativo, Rodríguez Salazar se muestra muy cauteloso. «No lo hemos visto y no nos lo creemos», sentencia. En su opinión, «se trata de casos que no son bien diagnosticados de inicio, porque una persona con una lesión cerebral estructural que no mejora al inicio es irrecuperable».

Por eso las familias no se dan cuenta de repente de que su hijo o su padre o su hermano va a quedarse para siempre postrado en una cama. «Lo van viendo a medida que no observan signos de mejoría evidentes, aunque a la mayoría siempre les queda alguna mínima esperanza de que puedan reponerse en algún grado».

Rodríguez Salazar no ha conocido ningún caso parecido al de la italiana Eluana Englaro, en coma desde 1992 y cuyo padre decidió suspender el suministro de alimentos para dejarla morir. En el coma persistente «no hay muerte cerebral, el cerebro tiene algo de actividad y queda registrado en el electroencefalograma». El enfermo no está conectado a una máquina que mantiene sus constantes vitales, es decir, haciendo funcionar corazón y pulmones. En estos casos de muerte cerebral la familia puede pedir la desconexión y los médicos han de aceptar.

En el caso de los comas persistentes, lo que ocurre es que dependen de la hidratación y alimentación externa.

«Y los familiares pueden suspender esa alimentación, si bien pueden verse obligados a comparecer ante la justicia», advierte. De hecho, en Italia fue un juez el que permitió la suspensión de la alimentación.

El problema se convierte en una cuestión moral y de definición de lo que es la vida. «No parece normal que haya que defender todo tipo de vida a costa muchas veces del sufrimiento del enfermo y de su entorno; de hecho a los enfermos de cáncer con metástasis en 40 sitios no se les trata hasta el final para evitar padecimientos. ¿Pero donde está el límite?, se cuestiona el doctor. En todo caso, añade que la esperanza de las familias es tal que muy pocas se plantean dejar morir al enfermo.

http://www.diariodeburgos.es
31/05/2009

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