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¿Qué deben leer los niños?

Cada martes, miércoles y jueves a las 4 de la tarde un promedio de 20 personas se reúne en una sala adornada con sofás de colores de la Fundación para la Promoción de la Lectura en Colombia, Fundalectura, ubicada en el barrio La Soledad de Bogotá. Ellos hacen parte de los comités de evaluación de libros para niños y jóvenes de esta fundación privada, creada en 1990 por gremios papeleros como Propal, Smurfit Cartón de Colombia; impresores como Andigraf; y la Cámara Colombiana del Libro, para fomentar la lectura en Colombia. Desde 1993, cuando fue promulgada la ley del libro, el gobierno nacional recomendó que la fundación, de cuya junta directiva hacen parte editores, impresores y un representante del Estado, sirviera de asesora para dictar las políticas de lectura en Colombia.

Hace dos semanas en esa sala de Fundalectura se lanzó el libro Cómo reconocer los buenos libros para niños y jóvenes, una investigación liderada por la profesora de la Universidad de Valencia, Gemma Lluch, y la participación de Claudia Rodríguez, María Cristina Rincón, Janeth Chaparro y Andrea Victorino, que ha suscitado nuevas preguntas ante un tema delicado y que hiere susceptibilidades sobre cuáles son los libros que deben leer los niños y bajo qué criterios. Y las ha herido porque este libro llegará a cientos de rincones de Colombia mediante el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, así como a escuelas en donde, posiblemente, maestros y bibliotecarios harán la elección de lo que leerán sus usuarios o alumnos.

Sin embargo, como en toda escogencia las respuestas nunca serán tajantes. Y eso es lo primero que advierte el libro. Esta es la sistematización de las reuniones que tienen lugar desde hace 18 años en esas tardes en las que se discuten las muestras que envían editoriales nacionales y distribuidoras de importaciones. Ahí aparece una primera crítica: ¿al producir estos libros no se corre el riesgo de dictarles una agenda de qué y cómo publicar a las editoriales? La opinión de Claudia Rodríguez, subdirectora de formación y divulgación de Fundalectura, y coautora del libro es: "Al contrario, no se están marcando directrices, el libro ofrece unos elementos a tener en cuenta para el caso de los editores cuando van a publicar libros para una franja de edad. No nos interesa decirle al editor qué es lo que tiene que publicar, sino cuáles elementos puede tener en cuenta a la hora de hacerlo. Estamos pensando en el editor como un mediador. Por eso le ofrecemos perspectivas de otros mediadores acerca de lo que ellos esperan para los libros dirigidos a niños y jóvenes".

María Osorio, editora de Babel Libros, una editorial independiente que ha producido libros para niños cree, en cambio, que no es posible sugerir cuáles son los criterios a la hora de elegir un libro para niños, pues esos criterios se construyen con múltiples lecturas, opiniones y miradas, por medio de artículos independientes que sería imposible resumir en un manual: "A mí me parece el libro simplificante; si se hubiera hecho algo así con la literatura de adultos todo el mundo hubiera puesto el grito en el cielo. Es cierto que se pueden dar criterios generales. Pero de ahí a decir cosas como que en la carátula tiene que aparecer el nombre de la colección, sin poner ejemplos, es mucho. Y lo que me alarma es que este libro llegue a las bibliotecas y los bibliotecarios comiencen a hacer chulos y cruces para decir lo que se debe o no tener para niños".

Sin embargo queda claro, después de leer el libro, que no hay una intención canónica ni de sentar jurisprudencia en un tema que ocupa a artistas y críticos desde hace siglos: ¿es la teoría y la crítica una manera de revelar la verdad sobre lo que se debe leer, ver, o crear? Esa respuesta insoluble no debería preocupar a nadie, pues así como se decide qué se lee en literatura lo mismo se puede aplicar a la crítica. Como dice la autora del libro, Gemma Lluch: "Evidentemente hay un ejercicio de simplificación: toda guía requiere de la simplificación para proponer un camino por el que hay que empezar a transitar y a reflexionar. La discusión, la ampliación, el dar profundidad a estos criterios depende de la futura reflexión del lector".

Por esto mismo, y para garantizar que existan varias opiniones a la hora de evaluar un libro -que de ser aceptado por el comité se recomendará para formar parte de colecciones, bibliotecas públicas y escuelas-, en Fundalectura esas discusiones se hacen entre al menos tres lectores ante otros 15 ó 20 que antes deben pasar una entrevista para hacer parte de los comités de evaluación. A la hora de discutir la calidad de los libros, claro, no se tienen en cuenta pasiones personales, sino criterios que se han ido afinando con el paso del tiempo. Lo que sí se tiene en cuenta son los argumentos literarios o informativos (existen dos comités, uno para la literatura y otro para la divulgación) que deben dar quienes participan en ellos.

Los criterios, aunque para muchos no es fácil decidir si se cumplen o no, incluyen, por ejemplo, temas como la calidad de la escritura, que no se promuevan valores por medio de la literatura, así como consideraciones formales como el diseño (las ilustraciones, en el caso de los libros para bebés), y otros más amplios como incluir el cómic y la novela gráfica en la selección de toda buena biblioteca dirigida a niños. Aunque para muchos suene extraño, aspectos como la propuesta de no incluir libros que promuevan valores hacen parte de entender la literatura infantil y juvenil como arte. Y, como explica Claudia Rodríguez, de Fundalectura "la función del arte nunca ha sido dar monsergas. Los niños son lo suficientemente inteligentes y asertivos para saber cuándo les están dando lecciones y cuándo les están ofreciendo situaciones y personajes matizados".

Este libro, en principio dirigido a mediadores de lectura, pone sobre el tapete temas que muchas veces los padres o los maestros no tocan. En el afán de darle una legitimidad a la literatura infantil y juvenil igual a la de la "literatura para adultos" y considerar que no es diferente, antes se hablaba únicamente de calidad estética y literaria, sin que estos elementos se desglosaran.

Alba Luz Castañeda, orientadora escolar del colegio Nidia Quintero en Engativá, ha recorrido buena parte de Colombia formando maestros y dice que este es un libro útil si se lo considera como una herramienta y no como una Biblia. En un país de pocos lectores, en el cual los bibliotecarios y los maestros muchas veces no cuentan con la formación necesaria para fomentar el gusto por la lectura, "es un libro útil para maestros y bibliotecarios.Hay algunos criterios básicos como el equilibrio texto-imagen, para los niños más pequeños. O en el diseño de los libros, que no sean tan recargados.Los maestros muchas veces se van sólo por el contenido. Y uno lee a través del diseño. Es un libro que hay que contextualizar". En ello coincide Carmen Barvo, directora de Fundalectura: "Es una ayuda para abrir los ojos. Por supuesto hay gente que cree que la literatura es un paraninfo al que no se puede llegar. Nosotros creemos que eso no es así. Y este libro es una posición de Fundalectura, que surge de una investigación de años".

Y como no es una receta, cualquier padre, maestro, bibliotecario o interesado en que sus alumnos o hijos lean, siempre debe tener en cuenta que un lector, a medida que se forma como tal, es un ser autónomo que va adquiriendo, con el paso del tiempo, una capacidad crítica para decidir qué es lo que le gusta y lo que no.

Mientras tanto, en un país con unos índices de lectura muy bajos, hay que celebrar impulsos como estos, pues mientras existan más elementos de juicio y mayores discusiones en torno a los libros, mejores lectores habrá en el futuro.

http://www.semana.com
18/04/2009

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