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El lenguaje de cortesía. (Parte III)

Ciertamente, las TIC han facilitado hasta lo inverosímil las formas de comunicación y todas y cada una de las ocho modalidades de lenguaje propuestas por Morris y Rivenc, enumeradas al principio de esta reflexión, han incorporado nuevas técnicas, con la excepción del lenguaje de cortesía, que exige de un esfuerzo para encontrar fórmulas, lugares comunes, tópicos y frases hechas para suavizar y armonizar el encuentro de dos o más personas en un espacio limitado y compartido.

Digan, si no, su opinión ante la situación actual de trayectos más rápidos en ferrocarril, avión o autobús y comprueben la nula comunicación entre personas que comparten un mismo espacio físico reducido. Los móviles, los ipods, los ipads, las tablets o los androids aíslan a dos que rozan sus cuerpos en el asiento y son capaces de permanecer mudos a lo largo de tres o cuatro horas, si no más, de un viaje en cualquiera de los actuales medios de transporte colectivo.
 
            Es más: en ocasiones, el lenguaje de cortesía puede estar penalizado. ¿Un ejemplo?. En este caso, una modalidad de lenguaje de cortesía no verbal (gestual). Usted va con su automóvil y accede a un paso de peatones donde, naturalmente, se detiene e invita, cortésmente, al viandante que aguarda a cruzar. Puede que usted quiera hacer más ostensible la disponibilidad del paso al peatón, acompañándolo de un movimiento hacia adelante con su mano izquierda, al tiempo que inclina la cabeza en forma de saludo. ¡Ni se le ocurra!. Porque puede ocurrir que la vía izquierda a la que usted transita la ocupe otro automovilista no tan respetuoso con el código de circulación e irrumpa en el paso al tiempo que cruza el peatón. Si el tal viandante es atropellado usted será acusado de negligencia por haber incitado al tránsito cuando la vía no estaba expedita. Así, pues, deténgase en el límite del paso de cebra, no haga gesto alguno, y aguarde con tranquilidad a que quede disponible el espacio para el automovilista.
 
            Y una anécdota. Finalizado el período de vacaciones veraniega, nos incorporamos al puesto de trabajo. Coincido en el acceso con una compañera, a la que, a modo de saludo, pregunto: “¿Qué tal las vacaciones?”. Respuesta:  “¡Eso es asunto mío. Es algo personal y no tengo por qué darte explicaciones!”.  Mi réplica, en tono de bajos decibelios fue:  “Perdona, compañera. Tienes razón. Era una simple pregunta de cortesía!”. “-¡Pues eso!”, concluye la colega.
 
            “ El lenguaje en sí mismo no es una tecnología. Es innato a nuestra especie. Nuestro cerebro y nuestra mente han evolucionado para hablar y escuchar palabras.” Así opina Nicholas Carr (2011).
 
            Es decir, hablamos porque somos personas.
 
            Ciertamente, las TIC han facilitado hasta lo inverosímil las formas de comunicación y todas y cada una de las ocho modalidades de lenguaje propuestas por Morris y Rivenc, enumeradas al principio de esta reflexión, han incorporado nuevas técnicas, con la excepción del lenguaje de cortesía, que exige de un esfuerzo para encontrar fórmulas, lugares comunes, tópicos y frases hechas para suavizar y armonizar el encuentro de dos o más personas en un espacio limitado y compartido.
 
            Cada vez estamos más necesitados de este lenguaje banal, ligero, acompañado de una sonrisa, mirando directamente al rostro del vecino porque, sencillamente “…deberíamos adaptar nuestros inteligentes adelantos oportunistas a nuestras exigencias básicas de comportamiento. Debemos mejorar en calidad, más que en simple cantidad. Si no lo hacemos, nuestros impulsos biológicos reprimidos se irán hinchando más y más hasta reventar los diques, y toda nuestra complicada existencia será barrida por la riada.”.
 
            Así concluye Desmond Morris su breve libro.
 

            (Y yo mismo mi reflexión tras la relectura de “El mono desnudo”) 

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