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La dislalia ¿alteración pura del habla o síntoma? (Parte IV)

Uno de los elementos indispensables para los procesos normales de la audición y el habla es el sonido. Este, en sí es una onda mecánica longitudinal que se propaga a través del aire. Entre sus características específicas se encuentran la frecuencia y la intensidad, que son objeto de estudio de la acústica, una rama de la física .

Nestor Pardo | 15/01/2014
La DISLALIA, corrientemente se define como una alteración funcional del habla, caracterizada por omisiones, sustituciones o distorsiones de sonidos dentro de las palabras. Los niños con “dislalia” presentan un retraso significativo, respecto a otros individuos de su edad, en la adquisición y maduración de los esquemas motrices del habla y en la producción de la palabra.
 
Uno de los elementos indispensables para los procesos normales de la audición y el habla es el sonido. Este, en sí es una onda mecánica longitudinal que se propaga a través del aire. Entre sus características específicas se encuentran la frecuencia y la intensidad, que son objeto de estudio de la acústica, una rama de la física (Cromer, 1978; Miller, 1979).
 
El oído humano en situaciones normales puede captar sonidos de una frecuencia entre 16 y 20.000 ciclos por segundo (vibraciones dobles por segundo o hertz), aunque es más sensible a las diferencias entre un tono y otro cuando se hallan 50 dB (decibeles) por encima del umbral de audición y en gama de los 500 a los 4.000 ciclos por segundo (zona de la discriminación auditiva del habla). Entre mayor sea el número de hertz (Hz) de la onda sonora, más agudo será el sonido según la sensación subjetiva del individuo, y mayor será la frecuencia.
 
Es de anotar que los sonidos del habla, al igual que todos los que se producen en la naturaleza no son tonos puros, sino complejas mezclas que se congregan en un espectro, por lo cual el oído debe ser capaz no sólo de captarlos, sino de analizarlos y enviarlos al cerebro para que éste identifique los mensajes que portan.
 
Para Cromer (1978), Di Nicola (1979) y otros, siguiendo un proceso evolutivo, los órganos del hombre destinados primariamente a la respiración y a la alimentación han desarrollado la función adicional de proferir una rica sucesión de sonidos, cuyo uso es aprendido desde la más temprana infancia y se utilizan simbólicamente con otras personas que tienen la misma lengua y están en capacidad de percibirlos y comprenderlos. Por esto, al habla se la conoce algunas veces como “función superpuesta”.
 
Así, la producción de la expresión oral, en su fase mecánica, se divide en dos etapas: la emisión de un sonido audible cuando las cuerdas vocales vibran, produciendo una frecuencia fundamental (F0 = 125 - 250 Hz); y la constitución de un sonido concreto por medio de modificaciones adaptativas del aparato articulador, el cual tiene algunas estructuras que pueden cambiar de posición.

  

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