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El confinamiento en casa y la dislexia

El sistema educativo se reinventa, se rediseña, se introducen nuevas tecnologías, se digitaliza a pasos agigantados pero nadie nos mira. Somos invisibles … Nadie se da cuenta que necesitamos un trato muy personalizado. Que nuestro hijos avanzan a ritmos diferentes, que no tienen la autonomía  que se espera de ellos, que se distraen y se pierden de manera constante.  No todos los niños con dislexia lograron salir airosos del curso en junio. Ahora en la vuelta a la normalidad, a la nueva normalidad las adecuaciones a los niños con dislexia y/u otras dificultades de aprendizaje no se cumplen.

Este año ha sido un reto para todo el mundo el ver cómo en cuestión de días cambiaron nuestras vidas de manera radical. Todo cambió. Cambiaron nuestros miedos, nuestra forma de comprar, nuestra forma de relacionarnos y nuestra forma de enseñar. Los medios de comunicación centraron su atención en los colegios, el alumnado, las pruebas de la EvAu, la vuelta al cole, las primeras clases en confinarse y en las medidas más creativas e innovadoras de distintos colegios para adaptarse a la nueva era que nos toca vivir. Pero por desgracia nadie habló de nuestros hijos. De ese porcentaje elevado de alumnos que aprenden de manera diferente, que tienen dislexia y/o cualquier otra dificultad de aprendizaje y que también vuelven a clase.

 

 

El sistema educativo se reinventa, se rediseña, se introducen nuevas tecnologías, se digitaliza a pasos agigantados pero nadie nos mira. Somos invisibles … Nadie se da cuenta que necesitamos un trato muy personalizado. Que nuestro hijos avanzan a ritmos diferentes, que no tienen la autonomía  que se espera de ellos, que se distraen y se pierden de manera constante. Que si tienen la suerte de haber estado confinados con una madre o padre pendientes de ellos todos los días, haciendo de profesor particular, probablemente hayan avanzado. Pero hay muchos otros, cuyos padres trabajaban y no podían hacer ese seguimiento, hacer de profesores y a la vez ejercer sus propias profesiones, sumándole además las tareas domésticas diarias,  la convivencia diaria y todo lo que de sobra sabemos todos, sobre lo que es estar confinados en casa sin salir. No todos tenían un ordenador, no todos tenían wifi y sobre todo no todos tuvieron profesores que supiesen adaptarse a la enseñanza online. Para muchos profesores la enseñanza online consistió en enviar y enviar deberes. Para otros, ante la desconfianza de que copiasen y de no fiarse de que verdaderamente sus alumnos hubiesen aprendido correctamente, decidieron que las notas del tercer trimestre no contaban igual que las del resto del curso. Otros muchos profesores ingeniosos y auténticos artistas del arte de enseñar consiguieron motivar y enseñar. Pero no todos los niños tuvieron esa suerte. No todos los niños con dislexia lograron salir airosos del curso en junio. Ahora en la vuelta a la normalidad, a la nueva normalidad las adecuaciones a los niños con dislexia y/u otras dificultades de aprendizaje no se cumplen. Difícil es ya cumplir con las medidas impuestas por la normativa sanitaria como para añadir más al profesor.

 

 

Así pues empezamos el curso tal y como lo acabamos. Siendo invisibles, nadie nos mira. ¿Cómo será este curso? ¿Quién se acordará de que me cuesta más? ¿Quién pensará en que no leo como el resto? ¿Que, aunque use el ordenador, necesito más tiempo? ¿Qué, por mucho que me lave las manos, cuando escribo sigo cometiendo faltas de ortografía? ¿Quién se acordará que la dislexia sigue existiendo con y sin mascarilla?

 

Las respuestas quedan en el aire. Todo dependerá una vez más de la buena voluntad del profesorado.  

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