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CARLOS o la historia de un malestar. (Parte II)

Con el tiempo los padres de Carlos empezaron a entender que la conducta disruptiva, desafiante y provocadora que su hijo presentaba era una llamada, un reclamo, una petición “necesito ayuda”. Lo que pasaba es que esta petición estaba disfrazada de gritos, malentendidos y tozudez.
José Moreno Millan | 1/09/2008
En su clase se habían catalogado diferentes pseudogrupos de compañeros, a los cuales él consideraba un insulto pertenecer; el grupo de los pelotas, de los empollones, de los frikis i de los garrulos...
Carlos pertenecía al grupo de los críticos modernos, lo cierto es que su conducta era mas el resultado de una insatisfacción personal que de una critica constructiva realizada hacia sus compañeros y profesores.
El tutor y los profesores eran de la opinión que era muy difícil enseñar a un chico que no quiere aprender, y así se lo hacían saber a los padres en las entrevistas que mantenían. Sus notas habían bajado mucho con respecto a las notas de Primaria, se había instalado en el suspenso, pero también es cierto que las evaluaciones que realizaban algunos profesores eran mas sancionadoras que formativas, quizás era la forma de protegerse de Carlos.
Este recurso que utilizaban algunos profesores pasaba la patata caliente a los padres, que veían otear en el horizonte la posibilidad de que Carlos no pudiera aprobar la Educación Secundaria y por tanto no pudiera acreditar.
Cuando inicie las primeras sesiones con Carlos fui comprobando que su estado de animo era bastante variable, el intentaba disfrazarlo con una jerga muy corriente en los chicos de su edad, con ciertos conocimientos de la vida que el presumía poseer y con ciertos aires de superioridad, cuestionaba mi autoridad y sobretodo mi intervención con él, la cual no era necesaria y suponía un gasto innecesario para sus padres.
Las primeras sesiones fueron algo duras, sobre todo cuando hablábamos de la percepción que él tenia de sus padres. Con su padre era difícil dialogar, existía entre ellos un enfrentamiento inespecífico que a veces acababa en gritos, portazos y encierros en su habitación por parte de Carlos como forma de protesta. Con su madre la cosa era diferente, ella estaba de su parte, o esto era lo que pensaba su padre, este posicionamiento de la madre “ es mi niño” estaba causando deterioros importantes en su relación como pareja. En ocasiones la disputa era más la visión diferente que tenían de Carlos que el hecho en sí de su mal comportamiento.
Lo cierto era que los padres de Carlos no habían conseguido trasmitir un mensaje claro, “ qué esperaban de él” no habían conseguido crear en Carlos una escala axiológica de normas, principios y valores, no se habían trasmitido estas normas y valores y Carlos por defecto había compensado esta carencia creándose ya desde pequeño su propia escala de valores, principios y normas (Internet, messenger, ropa, piercing, música....)
Casi siempre había conseguido lo que había pedido, pero lo mas importante y aquello que Carlos no sabia pedir sus padres no se lo habían concedido; tiempo y empatía.
En las siguientes sesiones se buscaba como objetivo prioritario alcanzar por parte de Carlos su “consentimiento” elemento fundamental para dejarse ayudar, para dejar entrar al adulto en su pensamiento y sus emociones, para regularlas y darles pautas de actuación, pues sólo desde este ámbito se podrían construir modificaciones significativas y satisfactorias de su conducta.
Con el tiempo los padres de Carlos empezaron a entender que la conducta disruptiva, desafiante y provocadora que su hijo presentaba era una llamada, un reclamo, una petición “necesito ayuda”. Lo que pasaba es que esta petición estaba disfrazada de gritos, malentendidos y tozudez.
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