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Implante coclear, lenguaje, lengua y habla

Desde la perspectiva del lenguaje, el implante coclear se supone que hace posible que se oigan los sonidos del habla. Esto es lo que realmente debiera importar, porque nadie quedaría realmente satisfecho si el niño implantado reconoce ruidos del ambiente, incluyendo las voces de los padres, pero no entiende lo que se le dice ni logra decir lo que piensa. Entonces, el tema se plantea fundamentalmente en torno a los sonidos del habla y no de otros ruidos que pudiera percibir.

Carlos Sanchez | 1/10/2016

Introducción

La cóclea es el órgano encargado de transformar los estímulos mecánicos en estímulos eléctricos, que sólo en esa forma pueden recorrer el nervio auditivo y llegar al cerebro donde serán interpretados como sonidos. El implante coclear consiste en introducir una prótesis en sustitución de la cóclea que no funciona. Si la cóclea no funciona, es evidente que los estímulos sonoros no llegarán al cerebro. Por lo tanto, la prótesis tiene como objetivo hacer lo que la cóclea natural no podía hacer. En esto se sustentan las expectativas de padres  y profesionales de que el niño implantado pueda “aprender a hablar”, es decir, pueda comprender y expresar mensajes en la lengua oral que utiliza la sociedad mayoritaria.

Desde la perspectiva del lenguaje, el implante coclear se supone que hace posible que se oigan los sonidos del habla. Esto es lo que realmente debiera importar, porque nadie quedaría realmente satisfecho si el niño implantado reconoce ruidos del ambiente, incluyendo las voces de los padres, pero no entiende lo que se le dice ni logra decir lo que piensa. Entonces, el tema se plantea fundamentalmente en torno a los sonidos del habla y no de otros ruidos que pudiera percibir.

 

El círculo virtuoso del lenguaje

 Esos sonidos del habla son los que procesa todo niño oyente para poner en marcha el mecanismo del lenguaje. Pero para eso, es imprescindible que esos sonidos lleguen a las regiones cerebrales del lenguaje no como sonidos aislados, sino formando parte de una lengua natural, y que como tales sean procesados. Vale decir, son los sonidos de una lengua los que activan el mecanismo del lenguaje en todo cachorro humano. De ninguna manera cualquier sonido, y ni siquiera esos mismos sonidos si le llegan en forma aislada o arbitrariamente secuenciados.

Una vez puesto en marcha el mecanismo del lenguaje, el niño está en capacidad de adquirir una lengua natural. Se instala un círculo virtuoso en el que la lengua natural (vehiculizada por el habla espontánea y significativa de adultos del entorno) estimula el desarrollo de ese “instrumento mental” que es el lenguaje, imprescindible para impulsar el desarrollo intelectual, para enriquecer la comprensión de las ideas y la expresión del pensamiento.

Este círculo virtuoso funciona de manera óptima en todos los seres humanos que tienen la ocasión de procesar una lengua natural en su cerebro, y a ningún niño le cuesta ningún esfuerzo llevar a cabo la enorme tarea de dominar una lengua y acceder a niveles complejos del pensamiento antes de los 5 o 6 años, por decir una edad aproximada. Ya a esas edades un niño normalmente oyente conoce perfectamente  (aunque de manera inconsciente) las reglas gramaticales de su lengua.  Recuerda sin ningún esfuerzo varios millares de palabras de toda clase (sustantivos, verbos, adjetivos, adverbios, pronombres, preposiciones, conjunciones, etc.) y las utiliza correctamente sin que nadie se lo haya enseñado formalmente.  Pero además, comprende el lenguaje figurado y le interesan las formas en que la gente habla. Por eso le gustan los cuentos, las fábulas, las adivinanzas,  los trabalenguas, los refranes, las leyendas, las parábolas y todas las formas de la lengua que satisfagan su curiosidad y sus necesidades afectivas e intelectuales.

Pero ese mecanismo virtuoso al parecer se va enmoheciendo, se va frenando a partir de cierta edad, de modo que ya a partir de la segunda infancia su funcionamiento está lejos de ser óptimo. No podemos afirmar con precisión cuándo y cuánto se traba ese mecanismo porque tendríamos que volver a hacer las experiencias - en todo caso no concluyentes -  que llevó a cabo Psamético en la Antigüedad o intentar analizar retrospectivamente casos como el de Víctor, “el salvaje de Aveyron” u otros similares, que tampoco permiten extraer  conclusiones firmes. Sin embargo, los casos de niños abandonados en asilos u hospitales, así como los niños carentes de un entorno apropiado de lenguaje, abonan en favor de la hipótesis del “período sensible” o “período crítico”. Es exclusivamente en este período de la vida que el cerebro se encuentra dotado de una sorprendente capacidad para incorporar y procesar toda información lingüística, es decir toda información que le llegue en forma de una lengua natural.

Entonces, para poder decir que el implante funciona, es imprescindible comprobar que el niño implantado procese los sonidos del habla, no como sonidos aislados, sino como sonidos de una lengua natural. Y para comprobar eso sólo hay una forma: evaluar en qué medida el niño adquiere esa lengua natural. No hay otra forma. Pero esa evaluación debe ser realizada teniendo en cuenta hasta qué punto el niño implantado adquiere esa lengua del mismo modo en que la adquiere un niño normalmente oyente. Es decir, sin esfuerzo alguno y de manera espontánea y significativa, apropiándose de esa lengua y haciendo uso de la misma tanto para la comunicación como para el enriquecimiento del pensamiento. Si lo hace así, tomando como criterio el niño oyente y no la media de los niños sordos, pues sólo cabría reconocer que ese niño ha dejado de ser sordo, que su lengua primera es la lengua oral, y que podría ser bilingüe, tanto si maneja otra lengua oral como si maneja la lengua de señas.

¡Caveat! Estas cosas que digo sólo tienen el valor de ser conjeturas, porque en estos momentos no se sabe, y al parecer no se puede saber, cómo es el desarrollo del lenguaje en los niños sordos implantados. Hasta donde yo sé, no contamos con seguimientos que arrojen una luz diáfana sobre los hechos. Y esto es algo que los sordos deberían estar reclamando con firmeza: el derecho a conocer qué es lo que pasa con los niños implantados, no con base en relatos anecdóticos más o menos fidedignos, sino con base en estudios longitudinales serios. Por lo tanto, no podemos pronunciarnos en estas condiciones acerca de las bondades o deficiencias de los implantes. Sin embargo, la tecnología avanza en forma acelerada y no podemos predecir hasta dónde llegará el perfeccionamiento de las prótesis. Mientras tanto, el tema debería ser encarado con sentido común, que como todo el mundo sabe, es el menos común de los sentidos.

Llama poderosamente la atención la falta de estudios sobre la evolución del lenguaje en los niños y jóvenes implantados. Por lo general, las comprobaciones que pretenden evidenciar el éxito de la intervención se refieren a la emisión de palabras articuladas, pero no a los avances en la complejidad y la riqueza del pensamiento, en la comprensión y utilización de los recursos del lenguaje, en la funcionalidad de las proposiciones y en todo lo que vemos a diario en el desarrollo del lenguaje en un niño normalmente oyente.

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