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Negar el problema no lo resuelve: La importancia de reconocer a tiempo las dificultades en el desarrollo infantil

Enfrentar la posibilidad de una dificultad en el desarrollo puede ser doloroso, pero el verdadero riesgo está en mirar hacia otro lado. Como padres, el mayor acto de amor que podemos ofrecer es acompañar a nuestros hijos con valentía y abrirles el camino hacia la ayuda que necesitan. Apostar por la intervención temprana es apostar por su futuro, por su felicidad y por su derecho a crecer plenamente.

Raquel Guerrero Enviar mensaje a colaborador | 15/09/2025

. Danae ingresó a la primaria con solo cinco años y medio, adelantada porque sus padres, convencidos de su inteligencia, prefirieron ignorar cualquier señal de dificultad. Ahora cursa tercer grado, pero presenta problemas de aprendizaje y no alcanza el nivel de sus compañeros. La falta de madurez al ingresar agravó sus dificultades. Sin embargo, sus padres insisten en regañarla y exigirle resultados, sin reconocer la situación real. Como consecuencia, Danae sufre tristeza y frustración, cuando lo que necesita es comprensión y apoyo profesional.

Para cualquier padre o madre, imaginar que su hijo pueda enfrentar dificultades en el desarrollo puede resultar preocupante. Es comprensible: nadie espera recibir esta noticia, y mucho menos está preparado para afrontarla. Quizá por eso, la primera reacción es negar o minimizar la situación. Pensamos que “ya se le pasará”, que “cada niño tiene su ritmo”, o que “no hay por qué alarmarse”. Sin embargo, este instinto protector, aunque humano y natural, puede tener consecuencias inesperadas.

A veces, incluso, la negación no viene solo de casa. Es frecuente que algunas personas cercanas, etiqueten al niño como “lento”, “flojo” o “desinteresado”. Estas palabras, lejos de ayudar, colocan una carga injusta sobre los hombros del niño, presionándolo para que cambie sin comprender su verdadera situación. Cuando a un niño se le exige, sin entender sus necesidades, solo se logra aumentar su frustración y disminuir su autoestima.

Negar la existencia de una dificultad no la elimina; al contrario, solo retrasa la posibilidad de intervenir a tiempo. La evidencia científica y la experiencia clínica demuestran que la intervención temprana marca una diferencia crucial. Cuanto antes se detecte una necesidad y se actúe sobre ella, mayores serán las oportunidades para que el niño desarrolle su potencial. Dejar pasar el tiempo, convencidos de que el problema no existe, puede significar perder un valioso momento para ayudar.

Aceptar que un hijo necesita apoyo no es un signo de debilidad ni motivo de vergüenza. Es, en realidad, un acto de profundo amor y responsabilidad. Buscar ayuda profesional no implica renunciar a las esperanzas, sino todo lo contrario: significa apostar por el bienestar, el crecimiento y la calidad de vida del niño.

Respetar y amar a nuestros hijos es escucharlos, observarlos y estar atentos a sus necesidades. Si notamos señales de alerta, la mejor decisión es consultar con un especialista. Un diagnóstico temprano no es una etiqueta, sino una oportunidad para comprender, acompañar y ofrecer los recursos que harán la diferencia.

Enfrentar la posibilidad de una dificultad en el desarrollo puede ser doloroso, pero el verdadero riesgo está en mirar hacia otro lado. Como padres, el mayor acto de amor que podemos ofrecer es acompañar a nuestros hijos con valentía y abrirles el camino hacia la ayuda que necesitan. Apostar por la intervención temprana es apostar por su futuro, por su felicidad y por su derecho a crecer plenamente.

Reconocer la importancia de pedir ayuda no es solo una decisión sabia, sino un acto de profundo respeto y amor. Atrevámonos a dar ese paso: por nuestros hijos, por sus sueños y por todo lo que pueden llegar a ser.

Señales de alerta que indican la necesidad de buscar ayuda profesional:

  • Dificultad para hablar, expresar o comprender el lenguaje.
  • Problemas persistentes para aprender a leer, escribir o realizar cálculos.
  • Torpeza motriz, caídas frecuentes o dificultades de movimiento.
  • Conductas inusuales, retraimiento excesivo o dificultades para relacionarse.
  • Cambios en el comportamiento o el estado de ánimo, sin causa aparente.
  • Dificultad para prestar atención o concentrarse, incluso en actividades que le interesan.
  • Dificultad para vestirse, comer solo o seguir instrucciones simples.

En Espacio Logopédico queremos acompañarte en el desarrollo de tus hijos. Si tienes dudas, consulta con nuestros especialistas para recibir la orientación que necesitas.

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